miércoles, julio 14, 2021

 

BUITRES Y PAPAGAYOS SOBRE LA MISMA RED

 

 


Aunque no hay que ser experto para saberlo, analistas internacionales han demostrado que los disturbios de las últimas horas en varias ciudades cubanas son parte de una gran operación, meticulosamente preparada desde el exterior, como expresión de la guerra abierta que mantiene el gobierno de Estados Unidos, en contubernio con la extrema derecha anticubana radicada allí, para desestabilizar y derrotar a la Revolución surgida en 1959.

Al brutal bloqueo económico, comercial y financiero, agravado a lo largo de seis décadas, con presiones y sanciones extraterritoriales de todo tipo para quienes le faciliten un grano de arroz a Cuba o reciban de ella la cabeza de un alfiler, las administraciones norteamericanas siguen sumado crecientes fondos para promover la subversión interna en la Mayor de las Antillas, en un contexto que emplea cada vez más las redes y plataformas digitales para crear confusión, desaliento, desorden y caos entre la población cubana.

De métodos medianamente solapados, el pasado siglo, la política del imperio ha pasado a formas de injerencia y  agresiones directas, públicas, a la vista de una comunidad internacional cuya opinión y aplastante rechazo parecen no contar en organismos como la Organización de  Naciones Unidas, cuya cadena de condenas al mencionado bloqueo muy bien pudiera inscribirse entre los más célebres records Guinness del Universo.

 

Golpes blandos que fracturan vértebras y médula espinal de gobiernos con orientación no grata a la mirada del todopoderoso y arrogante imperio, revolución de colores (estrategia silenciosa para derrocar gobiernos), intervención humanitaria (pantalla para ocupar militarmente y usar la fuerza)… son la envoltura terminológica con que ya ni se toman el trabajo de ocultar lo que en verdad y sin escrúpulo esgrimen: el garrote.

Estados Unidos sencillamente quiere al mundo (y entiéndase bien: a todo el mundo) a sus pies, como esclavos, como siervos, sin chistar, con el grillete en el tobillo y en el cerebro, mientras introducen por la boca, los ojos y los oídos de zonzos, idiotas y sumisos tajadas de ficción con brochazos de incierta democracia.

Lamentablemente, lo que para la mayoría del pueblo cubano y para millones de personas en otras naciones resulta más claro que el agua, es revuelto por la cuchara de los pusilánimes que, aun ni creyendo hacia dentro lo que sus ojos ven, se empeñan en hacer creer, hacia fuera, lo que desde el exterior les dictan para que repitan como papagayos.

De ahí viene esa turba, predominante jóvenes sin vínculo laboral, ricos en antecedentes penales y con pésima conducta, que a cambio de dinero (¡Qué vergüenza, cuánta putrefacción humana!) salen a vociferar groserías, a lanzar piedras, a agredir a agentes del Orden Interior (o sea: a agentes del pueblo), decididos a saquear salvajemente, a matar si es preciso y sobre todo a destruir la misma Revolución que les ha garantizado todos los derechos desde que sus madres los trajeron a este mundo, incluida la inaudita posibilidad de vivir sin trabajar y hasta en mejores condiciones que quienes sudan la gota gorda laborando cada día.

Esos –con la mezcla de indignación y lástima que puedan generar los en verdad confundidos- son el paradigma de ciudadano que anilla en el dedo imperial: nada que ver, desde luego, con aquel modelo de hombre nuevo que nos sigue recomendando el Che.

Para lacras sociales está diseñado el futuro que la extrema derecha anticubana de Miami y la Casa Blanca quieren pintarnos y regalarnos envuelto en servilletas de color gris.

Lo que ocurrió el pasado domingo es la “tranquilidad ciudadana” que para Cuba entera reservan quienes nos odian a muerte. Eso es lo que nos espera en caso de arrodillarnos. Solo que esto último -y allá en el norte lo saben muy bien- nunca va a suceder.


    


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