martes, diciembre 29, 2020

 

LA REINA NO SE APARTA DE SU CABALLERO

    El texto que sigue fue escrito recientemente. No ha perdido, sin embargo, actualidad. El tiempo no va a borrar su esencia, porque para los inspiradores la vida no se detiene... el amor tampoco.  Por eso reproduzco en mi espacio personal lo entonces redactado.

 

   Aunque desde hace casi un año el nasobuco se empeñó en ocultarles esa parte inferior del rostro, donde siempre condensaron toneladas de alegría en forma de sonrisas, en todas partes la gente los siguió identificando, inconfundiblemente, como la pareja más amorosa de ancianos que tal vez ha conocido la ciudad.

   Ella, como una mariposita, siempre posada en el brazo de él o con ambas manos entrelazadas, pasito a pasito. Él, apoyado en su bastón, como todo un caballero andante, gallardo y orgulloso de llevar al lado a la que siempre va a considerar la mujer más linda del mundo o la Reina de su vida.

   De esa manera los vi pasar decenas, cientos de veces, por Joaquín de Agüero, Narciso López, Independencia, Máximo Gómez y otras calles, en un cotidiano ejercicio mutuamente ventajoso para el alma y para las piernas.

   Nunca supe que al nacer les pusieron por nombres Ardelio y Reina. Tampoco jamás lo pregunté. Me bastaba con ver la manito de ella saludarme, convertida en ala, y la mirada firme, pero familiar de él hacer lo mismo.

   Así, como un par de tojosos, los captó sin previo ni posterior aviso el lente de mi cámara, una tibia mañana y horas después les daban la vuelta al mundo, por las aceras de Internet, para que se rechuparan los dedos en el universal idioma de la mirada todas esas personas que por una u otra razón ponen ojos sobre Cuba cada día.

   “En la primera oportunidad iré a Photoservice para que me impriman la imagen, se la dedicaremos por detrás e iremos a entregársela”, le comenté una noche a mi, también coincidentemente, Reina esposa.

   Por esa mezcla de ocupaciones, preocupaciones y despreocupaciones en que nos enreda, cada vez más, la vida, se me escurrieron las semanas sin concretar tan linda idea.

   Pero, latente, la intención  vuelve a cobrar fuerza cuando veo pasar a otra pareja de apacibles ancianos, tomados del brazo. Un rato antes los había visto caminar en dirección contraria. Al ver que hacen un breve alto para saludar al colega Rigoberto Triana, me acerco y les comento cuanto me recuerdan al “par de viejitos” que un día fotografié y siguen dando vueltas por todo el ciberespacio.

   El rostro de la anciana se ensombrece. Entonces cuentan que retornaban precisamente de despedir para siempre a la Reina de Ardelio, a la mujer que durante 58 calendarios no se apartó de él ni en sueños.

   Quedo convertido en hielo, como el único hijo que tuvieron, como el vecindario todo.

   ¡Qué va! Divino tesoro no es solo esa juventud que se va para no volver.

   Han transcurrido algunos días y sigo sintiendo que algo le falta a este pedazo de calle, a este trozo de barrio, a la ciudad entera.

   De mi mano, la pequeña Daniela comienza a caminar medio torcida, la halo suavemente e insiste en mirar a un lado. ¡Increíble! Su mirada está fija en un anciano que se aleja con lento paso, apoyado en su inseparable bastoncito.

  Enrumbo hacia él y, buscando el modo menos duro y más familiar de hacerlo, me conduelo. Sus ojos me lo agradecen en nombre de todo lo que lleva dentro del cuerpo.

   Sé que cientos de avileños lo han hecho ya y seguirán haciéndolo. De esa sensibilidad también necesita el adulto mayor, para vivir, tanto como del medicamento o del plato en mesa.

   A Ardelio no lo rinde ni lo doblega el dolor, aun cuando debe estar extrañando a mares la manito de su Reina afincada en el mismo antebrazo libre del que un día echó a andar, para siempre, nerviosa entonces, cubierta en blanco velo nupcial.

   En el Patio de Artex, Hotel Rueda y otros espacios sanamente públicos sentirán un vacío quienes durante años disfrutaron verlos llegar, sonreír, bailar pegaditos, sin bastón, en el inmenso cuadrante que ocupa una simple losa de piso, convertidos los dos en un solo ser, en centro y en dueños del espectáculo, del entorno, del momento y hasta del silencio que solían romper con su llegada.

   Por eso y por mucho más me niego a verte solo, compadre. Tú, la ciudad y yo sabemos que tu Reina continúa marcando pasos a tu lado, muy dentro de ti. Hay que estar completamente ciego para no verlo.

  


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