viernes, junio 03, 2022

 

EL DESCONOCIDO

 
Tras varios minutos acomodado en el asiento número 8 de la Yutong que en breve pondrá proa hacia la capital cubana, se me acerca un hombre delgado, de unos 40 años (a lo sumo), vestido modestamente, con gorra deportiva en la cabeza, un pequeño maletín colgado del cuello y un abriguito de color beige en las manos.

“Es que mi asiento es el siete” –me dice a modo de excusa, tal vez pesando que me causa alguna molestia.

“Pues acomódese bien, que si va para La Habana el viaje es largo” –contesto, para que el sujeto se relaje.

Con la sonrisa que le aflora no hace falta mucho más. Aunque haya vivido décadas en el pueblo, la raíz de este “tipo” es campesina. No tengo la menor duda.

“Ñooo, estoy más empapado que un pollo; mira esto” –comenta, como intentando sacar conversación mientras abre el suetercito con la esperanza de que se le seque un poco. Y prosigue: “…pero lo importante es que no perdí el pasaje. Tremendo susto. La moto en que me trajo un amigo, desde Buenaventura, se nos ponchó en plena carretera y para colmo la lluvia dijo aquí estoy yo. Por suerte había una parada cerca; si no…”

Te considero –le digo parcamente, con más deseos de echar un sueñito que de escuchar contratiempos y desgracias. Pero qué va, el humedecido pasajero es de esas personas que no pueden estar calladas y, luego de preguntar cuántas horas durará el viaje (alrededor de dieeeez) y en qué terminal concluirá (no séeee si en la Coubre o en la otra), vuelve a coger el bate y:


“Voy a viajar, pero no estoy contento. Mañana debo ir a la embajada de Panamá y si todo sale bien dentro de dos días vuelo rumbo a Uruguay. Ya estuve allá un tiempo y no me fue mal, pero compadre, esto de irse y dejar atrás a la familia es duro, duro. Yo no se lo recomiendo a nadie, a no ser que sea un tipo joven, sin mujer, sin hijos y así y todo es del caramba.

“Mucha gente se embarca… se desgracia quiero decir. Piensan que fuera de Cuba todo es de maravillas; y no es así. Hay que trabajar como un animal, muchas veces te explotan, tienes que pinchar por un salario que al final casi no te da ni para lograr lo que quieres. Y si por casualidad te coge el gorrión, eres hombre muerto. Yo conozco a uno de mi zona. No estaba mal aquí, se defendía honradamente, pero se le metió entre ceja y ceja irse del país, vendió la casita, todo lo que tenía dentro y se largó, fue a dar con los coyotes, la cosa le salió mal y no pudo llegar a Estados Unidos, lo devolvieron para acá y perdió todo: güiro, calabaza y miel.

“No es mi caso. Una hermana me ayuda desde Holanda, al menos para empezar. Ya conozco a Uruguay. Por cierto, tremendo frío que se debe estar mandando ahora mismo allá. Junio, julio y agosto son un congelador. Pero eso no es lo más difícil, ni pegarte a trabajar al duro en la agricultura o en una pollera, como hice hasta hace un año y pico atrás, sino pensar en los dos niños de mi primer matrimonio y en el que tengo con mi esposa actual. ¡De madre el caso!”

Por un fugaz instante pienso decirle que entonces no viaje nada y se acabó. Al fin y al cabo lugar donde emplearse de forma honesta aquí siempre aparece, lo mismo con el Estado que por cuenta propia. Pero opto por callar. No es mi problema. Ni siquiera sé quién es el “tipo”. Apenas un desconocido. Uno de los tantos que por inspiración propia o por influencias circundantes decide probar suerte para “hacer fortuna” fuera de Cuba.


Cierto es que el costo de la vida, dígase precio de productos y servicios, tanto particulares como estatales, abre una brecha cada vez mayor entre salario (ingresos) y poder adquisitivo real o satisfacción de necesidades.

Lo curioso, sin embargo, es que ese mismo hombre –consciente de todo lo anterior- no quiere irse de Cuba, afirma que volverá apenas “levante un poquito de presión” y que aquí se muere “porque, con todos los problemas que tenemos, este es mi país y no lo cambio por ninguno”.

Aprovecho una breve pausa para reclinar el asiento y pedirle que si al llegar a Ciego de Ávila estoy dormido me dé el “de pié”, no vaya a suceder que amanezca yo en La Habana, porque en tal caso va a tener que cargar conmigo también para Uruguay.

Entonces dispara una de esas “cosas” que se escapan por la boca y que a veces uno no sabe si calificar como risa, risotada o discreta carcajada.

Alrededor de cuatro horas después, tal y como yo había “cuadrado” con uno de los conductores, desciendo del ómnibus a unas ocho o diez cuadras de la terminal. Antes de hacerlo saludo al compañero de asiento y le deseo lo mismo que a todo el que con nobles intenciones deja atrás el país: suerte, salud.

En criollo “pago” el individuo me teje otra rápida sonrisa, más en yarey que en poliéster.

Parado ya en la acera, cuando la guagua comienza a romper la inercia para continuar la marcha, miro hacia arriba. A través del cristal de la ventanilla un rostro observa, en silencio, hacia abajo. Al chocar con mi mirada levanta una mano y saluda, animado, en señal de despedida.

Es, por supuesto, el conversador viajero del asiento número 7. Nunca antes lo había visto. En fin… uno de esos extraños con los que uno tropieza. Solo que por alguna razón me parece, al mismo tiempo, conocido. Quizás sea por el desenfado con que se franqueó conmigo, sin saber quién soy ni cómo pienso.

Ojalá no se despeñe por el abismo que para muchos cava el capital(ismo); sobre todo para quienes no aprovecharon las oportunidades de estudio aquí, o para quienes sí las aprovecharon pero prefieren vender caro el conocimiento que gratuitamente adquirieron en esta Cuba asediada, bloqueada, amenazada y satanizada por sucesivas administraciones norteamericanas, a las cuales algunos terminan haciéndoles el juego… incluso de muerte.

No creo sea, este último, el caso del pasajero de marras: un hombre que ha tenido y puede seguir teniendo más dinero que yo, además de la hermana que tampoco tengo –ni necesito- en Holanda y que lo “calza” desde allá, aun cuando lo vi subir al ómnibus mojado como un pollo, casi tiritando de frío, con un pitusita desteñido, una gorra bastante usada, un pequeño maletín y el suetercito beige que para nada le servirá cuando ponga el pie en el gélido aeropuerto de Montevideo, decidido a soportarlo todo, incluso las ansias que no puede ocultar… de regresar.


This page is powered by Blogger. Isn't yours?