martes, febrero 24, 2009

 

En Matanzas... SOFTBOL ENTRE COLEGAS

Otra vez la hospitalidad se devela en el rostro de los matanceros: sede por segunda ocasión consecutiva del campeonato nacional de softbol de la prensa cubana, en su XIV edición.

Así lo han demostrado las primeras jornadas de una Copa que sigue combinando bien la fraternal rivalidad sobre el terreno entre los trece equipos que intervienen (seis en Matanzas, siete en Cárdenas) y el contacto con importantes programas, sitios e instalaciones del territorio yumurino.

Interesante resultó el recorrido por zonas como el barrio de Pastorita y la meseta de la ciudad, donde avanzan sendos programas de construcción de viviendas para médicos internacionalistas y para afiliados al movimiento obrero cubano, de acuerdo con proyectos muy novedosos, en los que prevalece el empleo de técnicas y materiales en correspondencia con las características del entorno y con las particularidades de la economía cubana en esta etapa.

Como complemento de la atención directa a los atletas en cada villa y áreas deportivas, o de la visita a museos y recorridos por ambas ciudades, también este año cada equipo está apadrinado por un organismo, empresa o entidad de la provincia: estilo que ayuda a estrechar aún más las relaciones y a proporcionarles una atención más familiar a los colegas participantes.

Aun cuando todavía no hay nada decidido, las mayores expectativas se concentran en conjuntos como Matanzas, Ciego de Avila (por el primer grupo) y selección de Medios Nacionales, Villa Clara, Granma (en Cárdenas), tradicionalmente con muy buenos resultados en este tipo de lid.

viernes, febrero 06, 2009

 

En Cuba... ANGELITA DE PURA AZÚCAR

Mis ojos no me engañan. A ocho o diez metros, protegida por ese casco de color rojo, hay una mujer.

El cuidado con que sus manos llevan algo de comer hacia la boca (sin apartar la mirada de los relojes, mandos e interruptores situados frente a ella) acapara rápidamente mi atención.

Pero muy pronto ese detalle pasa a segundo plano, al ver la plateada tonalidad de los cabellos que se escapan por debajo del casco de protección y la huella (inevitable) del tiempo sobre ese rostro, no precisamente joven, que para nada se altera al descubrir mi cercana presencia.

Tal vez en este instante, para Angelita Ponce Castellanos no soy más que uno de los tantos visitantes, inspectores, especialistas, ¡o vaya usted a saber!... que ella ha visto pasar durante años por el interior de ese central (coloso Antonio Guiteras), al cual le ha dedicado, con mucho gusto, toda su vida.

Para mí, con “cierta cantidad de horas ya” acumuladas en el ejercicio del periodismo, el inesperado descubrimiento de Angelita (así la llaman todos) es como la revelación primera de lo extraordinario ante la pupila de quien se inicia en el necesario oficio de informar.

“¡Claro que pude jubilarme desde hace años! –me confiesa a bordo de una sonrisa 100 por ciento natural— El problema es que no he querido hacerlo. Tengo 65 años de edad y 44 de ellos los he trabajado en este central. ¿Qué quieres que te diga?: es como mi casa.”

Mano derecha y rostro se confabulan en un simpático gesto, cuya traducción bien pudiera ser: espera un momento. Entonces chequea uno de los relojes y retorna al diálogo:

“Aquí he trabajado en todo: basculador, molinos, centrífuga… donde ha hecho falta, porque no le tengo miedo al central. Por el contrario: me gusta.

— Pero… supongo que ya en su casa deben estar recomendándole a usted que descanse, ¿verdad?

Cándida y a la vez pícara, la sonrisa vuelve a saltar como preámbulo de la respuesta:

“Sí; ya me lo han dicho, pero me siento fuerte todavía. De todos modos creo que voy a decirle adiós a mi querido central cuando termine la zafra. Me va a doler un poco. Son muchos años en este lugar y, además, noto que todo el mundo me quiere…”

Es lógico que sienta un poco de nostalgia —digo, tratando de evitar que la ocurrente mujer se entristezca—. Debajo de estas naves usted ha dejado juventud, sueños, toda una vida…

“¡Y dejo mucho más! —añade— porque el día que me jubile aquí seguirán Arturo, Adrián, Antonio y Ania: mis cuatro hijos: que para orgullo mío también son trabajadores del central.”

Las últimas palabras llegan “borrosas” a mis oídos. El pitazo de las 11:00 AM no puede ser más oportuno. Pareciera también el saludo de la industria a esta humilde mujer. Magnífica jornada. El proceso no se detiene. Tampoco Angelita, que ya se inclina para despedirme con un beso. ¡Pues claro que sí!

Y entonces gira otra vez, para quedar como una escultura viva frente al lugar donde ha posado constantemente la mirada durante los últimos diez años, dispuesta a seguir garantizando que la centrifugación de la masa cocida de agotamiento transcurra conforme a lo previsto.




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