miércoles, diciembre 16, 2015

 

¡Y CÓMO ESTÁN!



Pocas veces una noticia generó tan rápido, detonante y estremecedor impacto, no solo en todos los parajes urbanos, rurales y confines del país; también en los más cercanos y lejanos puntos geográficos del planeta. 


Aunque absolutamente creíble, parecía incierto que a la vuelta de un puñado de horas Gerardo Hernández, Antonio Guerrero y Ramón Labañino pudieran poner otra vez sus seguros pies en tierra cubana.

Jamás acontecimiento alguno interrumpió así, de cuajo, la sesión de análisis que en sus respectivas salas realizaban en ese instante las comisiones de trabajo del Parlamento cubano, mientras diputados y trabajadores del Palacio de las Convenciones se derramaban por los pasillos para fundirse entre sí, en abrazos a verdadera prueba de vértebras y de articulaciones óseas.

Idéntico júbilo puso momentáneamente fin a la rutina diaria de agricultores, mecánicos, vaqueros, electricistas, maestros, estudiantes, cocineros, combatientes, médicos, choferes, gastronómicos, juristas, barrenderos, artistas, amas de casa, trabajadores por cuenta propia, deportistas, jubilados, comunicadores, desocupados, religiosos… pueblo.

Un año ha transcurrido desde aquel sí histórico 17 de diciembre en que por fin triunfó la justicia, plantó bandera la verdad, tuvo que bajar cabeza el terrorismo con quienes lo aúpan y el mundo se obsequió a sí mismo una irrefutable prueba de cuán poderoso puede resultar el coro unido de su voz.

Y claro que hubo humedad en los ojos. Aún brota. ¿Quién podrá impedírsela, incluso mañana, al dulce lagrimal de la emoción, a la cubanísima sensibilidad de quienes aman como suyo al Héroe salido de casa y de vuelta, por fin y para siempre, en ella?

… porque, conforme a la clara predicción, los Cinco luchadores antiterroristas cubanos volvieron. Aquí los tenemos. ¡Y cómo están!


jueves, diciembre 10, 2015

 

PELIGRO EN LOS ESCAÑOS




Al menos estadísticamente, el escrutinio no arrojó esa reñida decisión que sobre un ring tiene lugar cuando tres jueces le conceden su voto a una esquina y los restantes dos a la contraria.

El saldo de las elecciones parlamentarias en Venezuela (112 escaños la oposición, 55 las fuerzas bolivarianas) sienta una diferencia como para que, al menos formalmente, la duda no halle mucho margen. Ojalá, en procedimiento, esencia y contenido, las cosas hayan fluido de modo transparente y justo, sobre todo por parte de la oponente oposición, tan proclive en comicios anteriores a enturbiar lo legal con la turbulencia de lo turbio.

De cualquier modo, un día habrá respuesta para incógnitas que hoy inquietan la mente. Porque no puede ser espontáneamente posible que, por arte de magia, tal vez negra, la balanza se incline así, ante el peso hueco de la porción vana, minoritaria por demás.

A pocas horas de hacerse público el resultado, es difícil que expertos y analistas puedan llenar con puntos de vista acabados el vacío que hay en quienes no entienden cómo se puede depositar conscientemente hoy en el foso electrónico de una urna la sentencia de muerte propia, en especial cuando fue esa misma urna la que, apenas ayer y tantas veces, salvó de una defunción segura. 

¿Será que en verdad una parte, no despreciable, de los 19 millones 496 mil electores en registro oficial, le concedieron más valor a escollos pre-cocidos como la crisis alimentaria —orquestada, articulada y calzada por cerebros y manos opositores— que a los beneficios directos y tangibles de todos estos años, mediante realizaciones concretas como esas misiones que han sacudido barrio a barrio, páramo arriba, llanura afuera y selva adentro –para bien de todos- al país entero?

¿Dónde estuvo —y dónde puede ir a parar— el milagro que alfabetiza y da luz, no solo en términos de conocimiento o de escolaridad, sino también de salud, empleo, seguridad, decoro, progreso, inclusión e igualdad social?

¿Será que el eco de la banal sinfonía sustentada en acordes de promesas, mentiras metalizadas y confusión, termina siendo más convincente que el hecho irrefutable, visto, vivido y disfrutado ya?

Conocido es el venenoso y letal efecto de una prensa bien agresiva, en poder de partidos políticos que respiran más por el intoxicado pulmón de esos medios que por sus propios pulmones.

Tampoco es ignorado el inimaginable monto de dinero que segregan oligarcas, empresarios y otras fuerzas internas y externas, para tentar al soborno, sonsacar a la división, reclutar a la traición y desarmar hasta los dientes, por medio de ese caos que descabeza, confunde, debilita y mata.

No hay que ser profeta para suponer la reacción que en las nuevas condiciones podría brotar desde los 167 escaños de la Asamblea Nacional, en torno a medidas de amplio alcance humano y social aprobadas, en marcha; acuerdos y convenios internacionales, nuevos programas que sugiera el presidente constitucional Nicolás Maduro, y todo lo que huela o recuerde a la figura universalmente trascendental de Hugo Chávez. 

Recordemos la maquiavélica e irracional rapidez con que Pedro Carmona Estanga disolvió el parlamento, firmó un decreto que lo autorizaba a echar abajo todos los poderes y gobiernos regionales, reincorporó a la más rancia casta militar y hasta quitó del nombre de la República el término Bolivariana, tras aquel artero golpe de estado contra Chávez (abril de 2012) que lo hizo pasar ridículamente a la historia como Pedro el breve, por las apenas 48 horas que el pueblo le permitió ultrajar la honra venezolana desde el Palacio de Miraflores. 

Ojalá basten unos días para que, hasta los confundidos e incluso muchos de los artífices y partidarios de un retroceso similar (o peor), comprendan por sí mismos el peligro real que puede cernirse sobre todo el país. Porque es el respeto, es la sensatez lo mejor que podría ocurrir en el seno del nuevo parlamento, para bien de la República, de la historia, del continente y del mundo.


(Foto de Kaloián Santos)



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