sábado, septiembre 24, 2022

 

SOBRE RIELES

Cuando, minutos después de las 8:00 AM, los rieles y el sistema de rodaje dejaron de crujir y la metálica serpiente detuvo completamente su movimiento en la estación central de Ferrocarriles de Cuba, en La Habana, comprendí mejor por qué muchas personas continúan cambiando la pésima opinión que durante años tuvieron acerca del servicio de trenes.

La realidad demuestra que, afortunadamente, atrás van quedando aquellos tiempos en que los coches eran un antro de malos olores, suciedad, bultos por doquier, calor insoportable, nombres y frases del peor gusto sobre paredes, asientos llenos de manchas o peor aún: picados por desagradecidas manos, cortinas empercudidas, baños con un hedor de siglos…

Hoy la situación es totalmente distinta -afirma con satisfacción Amalia Valdés, una mujer que acumula 34 anos encaramada en los trenes cubanos, realizando la indispensable y no siempre comprendida labor de ferromoza.

Estos coches -prosigue- ya rebasan los tres años rodando y, como puedes ver, se mantienen en bastante buen estado de conservación. Eso no es casualidad. Siento que los pasajeros contribuyen más a su cuidado ahora que antes. En general aprecio un mejor comportamiento, aunque de vez en cuando aparece algún “rosca izquierda”, pero con esos conversamos y hacemos lo que nos corresponde.

“También es cierto que la presencia de personal de orden público en nuestros coches ayuda mucho a que la gente coopere y los viajes sean no solo más seguros sino también mucho más tranquilos y ordenados.”

Asintiendo con la cabeza, en silencio, a nuestro lado se encuentra Tania Brito, ferromoza también, quien lleva casi tres décadas entregada a ese oficio y conoce muy bien el valor de la comunicación clara con los pasajeros y la importancia de ser exigentes, porque “no hay nada como entregar el coche sin problemas al final de cada viaje, listo para recibir pasajeros al día siguiente o cuando corresponda”.

Acomodado en su asiento, el avileño Segundo Martínez disfruta, junto a su compañera de vida, un recorrido que, por muchas razones, prefiere sobre rieles que en ómnibus por encima de un asfalto cada vez más lleno de huecos, acechado por ganado suelto o por autos que lejos de rodar parecen andar volando, entre otros peligros e incomodidades.

Por eso, agradece con criolla gentileza el bocadito y el refresco que Amalia les extiende al filo de la media noche, a modo de merienda: detalle que, por cierto, no figuraba, así, directamente en asiento, años atrás.

 

Lástima que, según él, “inexplicablemente Matanzas no ofrezca la posibilidad de reservar pasajes por ferrocarril (solo funciona lista de espera) y para regresar hayamos tenido que sacar boletos por La Habana, lo que nos obliga a tener que movernos desde Cárdenas hasta allá para poder regresar a Ciego de Ávila”.

Lo real es que, sin menospreciar el servicio que distingue a otros trenes, en opinión de muchas personas el mejor de todos es precisamente el de Holguín-La Habana, por su puntualidad, buen trato, limpieza, tranquilidad…

¿Quejas? Por supuesto que puede y debe haberlas. La perfección no creo exista, mucho menos en tiempos de tanto contra-tiempo, como los que la economía y la sociedad cubanas enfrentan actualmente.

Aun así, si usted ha viajado a bordo de esos trenes, coincidirá conmigo en que, colocadas sobre una balanza, hoy tienen más peso las razones positivas que lo negativo.

Mantener esa proporción dependerá mucho de maquinistas, conductores, ferromozas, policías, personal de apoyo… pero también de la sensibilidad, comportamiento, cooperación y gratitud de quienes viajan, que son, en definitiva, la principal razón de ser de un servicio tan legendario como imprescindible en todo el mundo.

 


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