lunes, mayo 18, 2015
AZÚCAR EN LA RAÍZ
Delicias, ese legendario poblado muy próximo a Puerto Padre, en el norte tunero, pudiera estar de fiesta en plena calle… pero sus habitantes prefieren continuar trabajando en medio de la alegría que les provoca el cumplimiento del plan de producción de azúcar por parte de su amado central: el Antonio Guiteras.
Ese acontecimiento ocurrió hoy 18 de mayo, luego de 153
intensas jornadas de molida.
El saldo productivo actual es superior en más de 31 500
toneladas al que registraron las estadísticas finales de la zafra anterior.
Con el volumen inscrito hasta hoy, el coloso portopadrense
reafirma su condición de mayor productor del país, ya que sigue incrementando
la diferencia con su fraterno rival: el central Uruguay, cuya industria se
detuvo ya.
El Guiteras, sin embargo, seguirá moliendo. Lo ha estado
haciendo bien, tiene caña y puede elevar su contribución para beneficio de la
provincia y de la economía nacional.
Saldos así son posibles cuando se pierde menos el tiempo, se
aprovecha mejor la capacidad potencial, hay mejor rendimiento base 96 y mayor
estabilidad del proceso en general.
Hay que vivir en un batey azucarero, ahí, en la pata misma
del central para saber lo que significa el pitazo del ingenio cuando se llega a
la cota deseada por todos. Ese sano orgullo invade hoy a quienes llevan dentro
de sí las raíces de la dulce gramínea desde tiempos remotos, como herencia
generacional.
martes, mayo 12, 2015
"DE TÚ A TÚ" PAPÁ Y GEMITA
No sé de dónde la sacó mi Reina. Tal vez la extrajo del interior de su corona. Lo cierto es que por intermedio de su sensibilidad me llegó esta tiernísima imagen.
Felicidades para el privilegiado ser que la captó.
Con el permiso de él, o de ella, le he dado un toque distinto con herramientas del Photoshop. La esencia, sin embargo, sigue intacta ahí: en el semblante de El Gera, pero sobre todo -y multiplicadamente- en la "increíble" expresión que llena el rostro de Gemita.
¿Cuántas veces, a lo largo de 16 años de cruel encierro y en medio de la pesadilla circundante, Gerardo habrá soñado con un placer así? Solo él lo sabe. Y apuesto a que la cifra no dista en nada de la cantidad de sueños similares sobre la almohada de su Adriana.
Los héroes no piden premio. Es la vida quien se los concede.
Los héroes no piden crónicas. No creo que esto lo sea en el sentido estrictamente técnico. De cualquier modo no soy yo quien escribe... lo hace la fuerza del modo en que se miran, conversan, "conspiran" y se adoran Gera y Gemita: captados por un mágico lente y reenviados hacia mí desde el interior de la corona que cobija los sueños de esa Muñeca Reina que siempre mira, busca y encuentra ternura humana en lo más alto.
domingo, mayo 10, 2015
EL DIVINO REGAZO DE MAMÁ
Tal vez ha sucedido. Debe haber ocurrido muchas veces. Pero
yo no recuerdo un solo caso en que -ante el miedo, temor, determinada necesidad
o urgencia- un niño o a una niña clamen desesperadamente por su padre. En tales
circunstancias suele sobrevenir esa palabra inmensa formada por apenas cuatro
letras: Mamá, mamá…
A su regazo corremos más, a sus mejillas también. Para ella
hay siempre más flores, más besos, más gestos de cariño…
Nada de ello es casual. Aún cuando hay padres tan
apasionadamente maternales como la más tierna mujer del mundo, mamá siempre
será la expresión suprema de un cariño umbilical, entrañable, ceñido a lo mejor
y más cálido de las entrañas humanas.
Por eso no echa a ver (Ella) las madrugadas de insomnio y de
lactancia, el desvelo frente a la más leve alteración respiratoria o a ese
simple grado en que se empina la temperatura corporal, como tampoco echa a ver
la renuncia al tiempo de sí misma para convertirlo en tiempo de sus más
genuinos retoños…
¿Sabes cuántas veces mamá dejó de darse un gusto personal,
por el simple hecho de no apartarse de tu lado? ¿Tienes idea de a cuántas cosas
renunció para comprarte aquello que un día pediste o soñaste tener? ¿Sabes
cuántas veces dejó de comer su plato preferido para degustar –mejor- el modo en
que lo disfrutarías tú? ¿Imaginas cuánto sufrió en silencio por la
incomprendida relación de tu amor con tu pareja? ¿Conoces acaso cuánto ha
rezado por tu salud, por tu alegría, por tu felicidad…?
Eso, y mucho más, es esa mujer sencilla, coautora de nuestra
existencia, cuyo verdadero amor muchas personas llegan a comprender -en “apenas
cercana magnitud a lo real”- cuando ya es casi tarde, tarde o irremediablemente
tarde.
Por eso estas líneas no tienen otra intención que arrancarte
del lugar donde te encuentres (no importa cuán geográficamente lejos) y trasladarte
hasta el tierno regazo de esa mujer única en tu vida, a quien solías
“exprimirle” la felicidad a bordo de un abrazo y de un explosivo beso cada vez
que, colgando de su cuello, le decías: “Te quiero del tamaño del cielo, Mamita
linda”.
¿O es que con el tiempo lo olvidaste? No, tú y yo sabemos
que no. Corre pues, ella siempre te estará esperando. Esté donde esté. No
importa cuán lejos, porque siempre fue, es y será enteramente tuya.
(Tomado de mí mismo, en TVA)
(Tomado de mí mismo, en TVA)
viernes, mayo 08, 2015
DÍAS DE LLUVIA
No solo olores, sabores o determinada melodía pueden traernos a la superficie del momento pretéritos recuerdos, añoranzas, nostalgias, comparaciones y hasta sanas enseñanzas.
También la lluvia suele tener en mí ese retrospectivo “don”.
Hay quienes frente a cuatro gotas “con fuerza de torrencial
llovizna” se tiran al piso o pierden la perspectiva.
Lluvia, aquella (hace 30, 40 ó más años) que dejaba a la
ciudad como si una “comunal mano” le hubiera dado cepillo y jabón en cuanto
pliegue o grieta tuviese, desde la raíz del pelo hasta la planta de los pies.
La gente solía llamarle “temporal”. Y la definición no era
desacertada, porque muy bien podía comenzar el aguacero un día cualquiera de la
semana y prolongarse durante jornadas enteras, de forma intermitente o más
estable. Era como si el clima o la naturaleza agradecieran desde lo alto, con
agua y vida, un poco más del respeto que por entonces le dispensaba, desde
abajo, el ser humano.
Pero no es la lluvia, en sí misma, la que moja en este
instante el centro de mis recuerdos. Son el conjunto de hábitos, actitudes y
valores asociados a ella, el motivo que me gotea sobre el teclado. Porque eran
días (y tiempos) en que, por mucho que lloviera, a nadie se le ocurría dar
media vuelta sobre la cama, seguir durmiendo y ausentarse al trabajo o a la
escuela.
Eso, tan a la medida de la justificación hoy, sencillamente
no le rozaba siquiera la mente a quienes tenían determinada responsabilidad a
pie de torno, de sierra eléctrica o manual, de obra en construcción, de
consulta médica, de pupitre (delante o sentado en él), de línea productiva
industrial e incluso de cancha deportiva o institución cultural. La gente salía
a trabajar y a estudiar “a capa y a
espada”.
Décadas de sequía no me han secado la imagen de Julito
García y Luis Valdivia pedaleando bajo el agua hacia los talleres donde
iniciaron vida laboral como mecánicos, o de los talabarteros Julio y Pedro
Valdés, cobijados por un saco, un pedazo de naylon, de cartón, una capa o lo que
apareciera, rumbo a aquella fábrica de monturas, cuyas producciones remontaron
galope mucho más allá de las praderas espirituanas…
Sí, porque eran los tiempos en que el saquito de nailon se
transformaba como por arte de la magia en capa y capucha contra la lluvia, a
ritmo de pie y pedal en la máquina hogareña de coser.
Eran los tiempos en que miles de niños y adultos parecían
“esquimales del trópico”, envueltos en las mismas “capitas made in casa” que
luego ocupaban honroso y habitual espacio en la pared de las aulas o en el
sitio previamente destinado para ellas.
Tiempos de barcos de papel echados a la corriente, tiempos
de siembra con la misma “religiosidad” del ordeño a luz de candil, tiempos de
espera interminable en un portal, tiempos de pantalón remangado y zapatos
pendiendo del cuello, pero sobre todo tiempos en que lluvia y ausentismo no
tenían absolutamente nada que ver, porque faltar al trabajo o a la escuela “por
culpa del agua” era una verdadera vergüenza.
Hoy, por desdicha, no llueve igual. Ya casi ni llueve. Pero…
qué vergüenza si, aún así, perdiéramos totalmente aquel “extraño” y divino
hábito asociado a los días de lluvia: aquella saludable y arraigada manía que
significaba no dejarse atrapar por el agua en casa y mucho menos utilizarla
como argumento o pretexto para “lavar” con ella la ausencia ante el deber.