jueves, julio 17, 2014

 

STEVENSON VUELVE A SU PUERTO PADRE

 
A los grandes siempre se les respeta su deseo. El de Teófilo Stevenson fue volver y descansar eternamente en su querida tierra: Delicias, Puerto Padre, al norte de la actual provincia de Las Tunas, en el oriente cubano. 

Hacia un panteón familiar, en el cementerio municipal de la también llamada Villa Azul de Cuba (Puerto Padre), acaban de ser trasladados los restos del inmortal Tricampeón Olímpico y Mundial, dos años después de su deceso, el 11 de junio de 2012.

Sencilla, pero profundamente conmovedora, la ceremonia estuvo encabezada por los Helmys Stevenson Mederos y David Alejandro Stevenson Arias: hijos del glorioso boxeador.

Como era de esperar, acudieron también a la necrópolis autoridades del territorio, representantes del INDER (Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación), glorias deportivas, familiares, vecinos, amigos, pobladores del lugar...

Sensible impacto tuvieron las palabras de Ernesto Carralero Bosch, Historiador de la Ciudad, cuando en nombre del pueblo portopadrense, afirmó: "Este sitio, donde ahora depositamos los restos de Teófilo, se convierte en un lugar sagrado. Aquí será cuidado, visitado respetuosamente y con veneración. Aquí estará siempre, cerca del cayo Juan Claro, de La Grúa, de Corrales, de Leyva, de los rincones que tanto quiso en su adolescencia; junto a sus padres, a su primer entrenador John Herrera y a sus familiares y amigos entrañables.” 

Entre emocionados sollozos, Helmys Stevenson agradeció finalmente la presencia de todos y reiteró: “Yo sé que mi padre está en cada uno de ustedes y en todos nosotros, por eso quiero pedirles que cuando vengan a este sitio le pongan flores y lo cuiden mucho; háganlo así, en nombre de nuestra familia y de toda Cuba.”

En una inscripción, sobre marmórea superficie, consta: " A Papi, Pirolo, Piro, Papo, Teo, Teófilo, Campeón: ¡Qué lindo fue tenerte entre nosotros. Jamás te olvidaremos. Siempre estarás en nuestros corazones! (De tus hijos, hermanos, sobrinos, primos, demás familiares y amigos).


miércoles, julio 16, 2014

 

LAS MANOS DE MI PADRE



Las manos de mi padre jamás hicieron daño. Todo lo contrario: infinidad de veces lo evitaron. No solo para sí, también –y sobre todo- para los demás. 

No fueron, ni son aún, manos “cultas”, capaces de resolver complejas ecuaciones matemáticas, de moldear en letras el lirismo de un poema o de diseñar un proyecto constructivo…

Pero sí fueron, son y van a ser hasta su ocaso, manos educadas, aptas para saludar al amigo, desear la mejor suerte, ayudar al necesitado, acariciar al pequeño nieto y hasta a la niña o niño desconocido, con una ternura que en nada dista del cariño con que hace 53 abriles le sorprendía la madrugada con mi diminuto cuerpo en su regazo.

Son, en fin, las mismas manos que -según supe hace apenas un par de años, porque mi padre jamás habló de su grandeza humana- salvaron de la muerte o de la mortal tortura, a más de un joven enrolado en la clandestinidad durante aquellos decisivos años que pusieron fin a la década de 1950 y a la tiranía imperante en Cuba.

Son las manos hermosamente arrugadas no solo por la acción del tiempo, sino también –y sobre todo otra vez- por las huellas del trabajo creador, a pie de campo, a golpe de volante, por caminos cañeros, entre plantaciones de gramínea, basculadores, torres de centrales azucareros y pitazos de victoria con inconfundible olor a melaza.

De ellas -que no me dieron nunca más de lo que justamente pudieron y yo necesitaba- aprendí y asimilé una honrada y enfermiza obsesión por el trabajo, de la cual no he podido desprenderme jamás y dudo ocurra en el resto de mi existencia.

Por eso, semanas atrás, cuando sentados en la modesta salita del hogar donde él vive junto a mi hermana rememorábamos pasajes que el tiempo jamás podrá arrugar en la memoria, volví a contemplar sus envidiables manos: tan fuertes aún que, jubilado del trabajo activo, emplea gran parte de su tiempo labrando y sacándole frutos a la tierra.

Entonces no pude resistir el deseo de tomar esta foto, sin que él lo supiera, para conservarla como recuerdo y certera brújula, en medio de estos tiempos que necesitan tanto de verdaderas, laboriosas y honradas manos.



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