domingo, febrero 14, 2021

 

AMOR DEL CALENDARIO ENTERO

 

No me cansaré de decirlo, de escribirlo… de sentirlo, entre hueso, nervios, carne y poros: nada, absolutamente nada sobre esta Tierra tiene el valor de un niño, mucho más si su llegada al mundo es fruto directo de amor.

   Por nuestros hijos pasamos noches y madrugadas con un ojo cerrado y el otro bien abierto, como de par en par mantenemos los oídos.  

   Por ellos (hijos, sobrinos, nietos, bisnietos) nos hacemos creer a nosotros mismos que no tenemos apetito y renunciamos a degustar la confitura o el dulce que muy bien alcanza para todos... porque no hay nada como ver a esa personita en miniatura relamerse los labios, obsequiarnos una sonrisa de gratitud y luego extendernos la manita para compartir –qué bien- lo mismo que minutos antes le hemos obsequiado.

   Por ellos el agotamiento físico de todo un día pasa en segundos a ser ficticio, irreal, ante la súplica para ir “un ratico al parque, a montar en los cachivaches o a correr detrás del perro en el césped de la Plaza…”

   Allá quien se rompa el cráneo buscando, para un día como hoy, 14 de febrero, un ejemplo de Amor que estremezca hasta la insensibilidad, cuando en verdad lo tiene ahí: al alcance de un abrazo, en los sonoros acordes de un Te quiero o cabalgando con la misma fantasía de aquel diminuto jinetuelo, acomodado sobre el pecho de Martí, ebrio de gozo, dando imaginaria espuela, aferrado a un cabello convertido en brida…

   ¿Amor? Que alguien me busque otro fruto mejor dentro de un hogar, en una familia, en un país entero como el nuestro.

   Amor. Que alguien me diga si es exactamente igual cuando falta en casa ese reparador de sueños o esa Blanca Nieves que en las noches nos suplica un cuento y termina “embobeciéndonos” como el niño que nunca dejaremos de ser.


   Por eso, y por millones de razones más, este 14 de febrero me antojo –porque me resulta inevitable- de quitarme el sombrero y ajustarme aún más el nasobuco, en reverencia, no solo ante mis princesas Daniela e Isabela, allá en Las Tunas; ante Marlon, ese diminuto bailarín camagüeyano o ante la también pequeñita Chassari, un verdadero “cerebrito avileño”, sino ante todas las niñas y niños de este país que con mucho, muchísimo amor, lleva más de seis décadas engendrando maravillas, para que ni las más recias tempestades le dañen un cabello a su niñez.


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