sábado, octubre 17, 2020

 

VENTO Y FELIPE

  


 La madre debe ser una blanca felina, con quien se les vio ronronear por tejados, tapias y muros aledaños. El padre: una verdadera incógnita o reto en el campo de la genética. Ellos: un par de personajes, a la medida del más aprehensivo  “molde telenovelístico”.

   Huyendo (no creo que de la Covid-19, pues ni nasobuco traían), bastó que, hospitalaria, mi Reina esposa les obsequiara unas sobritas de no sé qué alimento, un atardecer, para que ambos se instalaran como todo un par de soberanos en la pequeña terraza, sin techo, no importa, al fondo.

   Pasados los primeros días, sin cambio alguno en el gatuno panorama, comencé a dudar lo que al principio imaginé: “Seguramente estos tíos andan de paso y en cuanto vean que por acá el pasto animal no está muy abundante van, como suelen decir los angolanos, “embora”, o lo que es igual: echando un patín.

   Nada de eso.

   Y lo curioso no es solo la presencia, casi permanente desde entonces, debajo de un tanque elevado para agua (acaso disfrutando el frescor) o muy sentados junto a la puerta de la cocina cuando los rayos del sol no inciden directa y abrasivamente.

   Lo novedoso está, además,  en el desenfado con que transformaron en una suerte de “tumbona hotelera” el segmento de yagua con un pedazo de toalla dentro, que tan originalmente pretendí convertir en paso podálico contra el SARS-CoV-2, la capacidad de comunicarse, a puro maullido, con nuestra princesa nieta Daniela, de apenas tres años de edad,  o la precisión con que, sin portar reloj o celular, comienzan a quejarse, en coincidencia con los mismos horarios en que nos disponemos a desayunar, almorzar, comer…

  


Pero no es todo. Mientras uno de ellos (Felipe) actúa como todo un noble conde, mesurado, tranquilo, guardando más distancia que la exigida por las autoridades sanitarias humanas en estos tiempos de pandemia, el otro sujeto (Vento) aprovecha el menor filo para entrar con marcada irreverencia a la casa, colarse en el baño (no he podido determinar con qué propósito) o subirse a la meseta de la cocina (todo el mundo imaginará a qué), entre otros rufianes modales, a los que no parece renunciar ni siquiera después de las numerosas ocasiones en que ha tenido que correr delante de una chancleta en rasante vuelo.

   No seas abusador, espetó mi esposa,  una de esas veces. Recuerdo que no abrí mi boca  ni para decir una palabra. No era necesario hacerlo, si tampoco podría abrirla para comernos el cuarto de pollo con que Vento había resuelto el acuciante problema de plato fuerte para él y Felipe ese día.

   Lo  “peor” de todo es que, aruñados por cierta rutina, nos hemos ido acostumbrando de tal modo a ellos que ya he sorprendido a “mi media naranja” picando casi por la mitad su ración para compartirla con el par de pillos, praxis de la que no me estoy escapando tampoco yo, aunque “sin exageraciones” en cuanto a volumen o cantidad.

   Antes de ayer solo faltó que buscaran una guitarra, una jícara con vino y se pusieran a bailar de alegría cuando se pasaron por segunda vez la pata delantera por los ojos, en un intento por convencerse de que era totalmente cierto lo que mi Reina acababa de ponerles delante: nada más y nada menos que restos (no muy “restantes” que digamos) de pescado frito, desechados por sus compañeros en el comedor de la entidad donde labora.

  


Así andan las cosas cuando, para colmo, encuentro en mi otra casa: la revista Bohemia, una interesante información acerca de estudios realizados en las universidades de Sussex y Portsmouth, donde psicólogos sostienen que si usted parpadea lentamente delante de los gatos puede incrementar el nexo comunicativo y afectivo con ellos.

   Si a Vento y Felipe, sin haberles parpadeado ni una sola vez, los tengo de inquilinos permanentes y hasta vienen a rozar tramposamente sus rabos por mis tobillos (para “enredarme y confundirme”) díganme ustedes si se me ocurre estar haciéndoles señitas de esas que recomiendan los mencionados expertos.

   Pero, hablando o escribiendo más en serio ahora, de algo estoy convencido: si no hubieran elegido nuestra casa como “destino turístico higiénico y seguro”, igual habrían hallado techo (o patio) y comida en otra de las viviendas cercanas. No lo dude usted. Sencillamente porque estos tiempos de pandemia, de mayores escaseces materiales, de más y más brutal bloqueo gringo contra nosotros para asfixiarnos… para nada pueden matar la sensibilidad y el sentido humano que hasta con los animales vierte el cubano.

   Ese es, en última instancia, el sentido de estos apuntes que, por razones obvias, estoy terminando en primera persona del singular, pero que muy bien pueden entallar en miles de hogares de todo el archipiélago conjugados, de principio a fin, en la segunda o tercera del plural.

 

 


Comments: Publicar un comentario



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?