miércoles, julio 08, 2020

 

LO BUENO QUE NOS UNE HASTA EN LAS MALAS


Por eso he de morir, un lejanísimo día, adorando a mi gremio, a su ramificación en esa noblísima provincia de Las Tunas, a todos los y las que continuamos prolongando lo sano y hermoso que heredamos de nuestros ancestros: años, quinquenios, décadas, centurias atrás.

Timbra el teléfono, lo levanto y escucho la voz de Juan Morales Agüero, corresponsal del periódico Juventud Rebelde en Las Tunas.

“Te llamo porque tengo una noticia buena y una mala” –me dice.

“Dame la mala” —respondo. Y, sin perder un  segundo me comunica, compungido, que acaba de fallecer la mamá de Róger Aguilera.

Róger es, desde hace una “pila” de años el  corresponsal jefe de la ahora Agencia Cubana de Noticias (ACN), antes Agencia de Información Nacional.

“No imaginas cuánto te lo agradezco, Moro” —le digo. Ya sabía algo al respecto. Hace veinte minutos, a lo sumo, me llamó Julio César Pérez Viera, para comunicármelo.

Julio es, desde hace otra “pila” de calendarios, para bien de Radio Progreso, su corresponsal en territorio tunero.

“Qué lindo es esto aun en situaciones tan lamentables” —le comento entonces a mi Reina esposa.

Por la expresión de su rostro, infiero que ella no entiende lo que le expreso.

Pero yo me entiendo tanto…

Hace un  lustro que, irremediablemente, dejé atrás la provincia donde viví, respiré y me realicé profesionalmente durante 25 aparentemente largos pero en verdad muy cortos años. Y, aun así,  no hay suceso o novedad de los que no me entere, por intermedio de esos amigos de gremio que nacieron un día, adulto ya yo, para toda la vida.

Así supe de cómo Sofi, la niña mayor de Moraleja, tuvo que repetirse las fotos de los Quince; estuve al tanto del deterioro que el cáncer le ocasionó al camarógrafo Oscar Güides, fundador y excelentísimo miembro del colectivo de Tunas Visión; de la partida del  “pequeño gran” Mandy (Armando Fernández Salazar) hacia la redacción central de la ACN, en La Habana; de los premios ganados por István Ojeda y por Gianni López; de la nostalgia para que, contra viento y marea, la Casa de la Upec mantenga el esplendor de aquellos tiempos en que sin nada o con muy poco nos divertíamos “de lo lindo con todo”…

Pero no es para estructurar una relatoría que ahora dejo correr mis dedos sobre el teclado. Es para que Cuba entera, y el mundo, conozcan y reconozcan, lo que habitualmente sucede en cualquier lugar de este Archipiélago.

Hace un lustro, reitero, que con un nudo en la garganta le dije adiós a la provincia donde no nací pero de la cual me sentiré eterno hijo. Quienes allí por vez primera vieron luz, bien pudieron y pudieran verme como “ajeno”. Y, en cambio, no pierden ocasión para llamarme, saludarme, preguntarme cómo me va, incitarme a que retorne, mantenerme al tanto de todo cuanto ocurre.

Ello tiene un enorme valor. El valor que nace de aquello a lo que llamamos sentido de pertenencia. Y, a la vez, no tiene precio. 

No lo tiene porque dentro de unos minutos, cuando yo timbre a Róger, mi colega, el director de la ACN, el compañero de decenas de recorridos por cañaverales, industrias e instalaciones sociales; el testigo y trasmisor de no sé cuántas anécdotas pasadas que inmortalizan al gremio… sé qué él lo agradecerá desde lo más hondo, sin necesidad de invertir una sola palabra, tal vez a bordo de un simple suspiro.

O quien sabe si acaso apriete su nudoso puño, baje la cabeza y la levante al instante, aliviado en su irreparable dolor, agradecido, orgulloso de tener lo que a tantos, en otros lugares, falta y aquí nos sobra: sentimiento, sensibilidad.


 


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