viernes, mayo 29, 2020

 

OXÍGENO PARA GEORGE FLOYD


Los gruesos labios del afroamericano George Floyd no volverán a besar las mejillas de su pequeña hija de seis años de edad. Las últimas palabras que dejaron escapar, ¡once veces!, fueron "I can´t breathe" (No puedo respirar), mientras la racista rodilla de un policía cortaba hasta el último átomo de óxígeno, sin escrúpulo, a la vista de algunos, a los ojos —por suerte– del mundo, por intermedio del celular de una mujer llamada Darnella Frazier.

Continuidad de una sucesión de “negros” asesinatos a blanca mano, el caso de Floyd me ha puesto a meditar una vez más, no solo por la ola de protestas que el asesinato ha originado en varias ciudades estadounidenses, sino también por puntos de vista como el de Jacob Frey, alcalde de Mineápolis (Minesota) quien afirmó que Floyd "estaría vivo hoy si hubiera sido blanco".

No es un incidente aislado, excepcional. La memoria, sobre todo de los golpeados por el racismo, inscribe una sucesión, por lo visto interminable de hechos con denominador esencialmente común.

No me detendré en casos como los de Trayvon Martin, estudiante negro de solo 17 años, asesinado a tiros por George Zimmerman en Sanford, Florida el 26 de febrero de 2012; o Eric Garner estrangulado por asfixia también en julio de 2014 tras arresto por sospecha de venta de cigarrillos sueltos, o Michael Brown, 18 años, ultimado a balazos por el policía blanco Darren Wilson (9 agosto 2014), o Walter Scott, 50 años, tres disparos en la espalda el 4 abril 2015, huyendo del agente Michael Slagger en North Charleston; o la estudiante de medicina Atatiana Jefferson, 28 años, quien expiró tiroteada en su habitación, Forth Worth, Dallas, por el uniformado Aaron Dean, 13 de octubre de 2019…

Fresco subyace el caso —citado, como todos los anteriores, por medios de la propia prensa norteamericana— de la técnica en emergencias médicas Breonna Taylor: ocho disparos por agentes de Louisville, Kentucky, que irrumpieron en  su apartamento el pasado 13 de marzo.

He hurgado entre redes y sitios, buscando el criterio de quienes pasan 366 de los 365 días del año afirmando que el régimen castrista asesina, tortura, da golpes, masacra, viola los más elementales derechos de los cubanos.


Y, como era de suponer, he perdido inútilmente mi tiempo. Si bien hasta el expresidente norteamericano Barack Obama ha condenado en comunicado público la muerte de Floyd, voces como las del senador floridano Marco Rubio, recién nombrado presidente interino del Comité Selecto de Inteligencia del Senado, o Bob Menéndez, representante por Nueva Jersey y demócrata de mayor rango en el Comité de Relaciones Exteriores, no aparecen por ningún lugar en torno al mencionado crimen.


Me pregunto cuál hubiera sido la reacción de esos individuos y de muchos montados sobre su misma cuerda si, en vez de ocurrir en Miniápolis, el hecho hubiera sucedido en La Habana o en cualquier otro lugar de Cuba.


No hay que exprimirse el cerebro. Basta recordar la postura del “Rubio”, en onda con personajes de fondo bastante “trigueño” como Luis Almagro: el sectario (así: sectario) General de la OEA; la encargada de negocios en la embajada norteamericana en La Habana, Mara Tekach, o la contrarrevolucionaria Rosa María Payá, muy preocupados y ofendidos por la situación de José Daniel Ferrer: probado delincuente común con dolarizado antifaz de prisionero político, quien para fingir golpiza se golpeó la cabeza contra una mesa… sin saber que una cámara filmaba el show.


Nada, entonces, supongo que dirán en torno al pobre Floyd, “un simple negro” (para ellos) que seguramente tuvo la mala suerte de cruzarse con Derek Chauvin: sujeto con 19 años de “intachable labor” en el Departamento de Policía de Minneapolis, durante los cuales acumuló casi una veintena de denuncias ante el departamento de asuntos internos, solo dos de las cuales habían sido cerradas (con  simples amonestaciones) hasta el momento en que estranguló, con su rodilla a la víctima.


La pequeña hija de Floyd, en fin, morirá —ojalá de vejez un lejano día y no por la misma causa de su padre— deseando sentir el beso que tantas veces le dieron los gruesos labios de papá. Vivirá deseando encestar con él un balón dentro del aro o verlo regresar, exhausto pero dichoso, del restaurante donde fungía como guardia de seguridad.

Pero nada de eso sucederá ya. No es una pesadilla de la cual se despierta. Es una de esas con las que tal vez nunca se logra conciliar sueño.


Acerca de ello, repito, posiblemente nada digan los más excelsos representantes de la extrema derecha anticubana, tan vehementes defensores de los derechos humanos. Debe ser por lo ocupados que están, todo el tiempo, en agredir a Cuba, en  “rajar” contra la humanitaria obra de nuestros médicos frente a la Covi-19 por todo el mundo, y en calcular qué tajada sacarán, a filo de cuchillo imperial, sobre un pastel que lleva más de 60 años destilando huevos de oro… para el bolsillo.






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