viernes, mayo 15, 2020

 

DÍA INTERNACIONAL DE MI FAMILIA



Sitios y redes sociales se hacen eco hoy 15 de mayo de una celebración que toca las más internas y sensibles fibras del ser humano en el mundo entero: el Día internacional de la familia.

  
 La Asamblea General de las Naciones Unidas lo instituyó desde 1993, en tácito reconocimiento a la condición de célula o unidad básica de la sociedad, pero buscando, además, una mayor preocupación y ocupación de la comunidad internacional y de los gobiernos en torno a los factores sociales, económicos y demográficos que afectan al desarrollo y evolución de las familias en todo el mundo.

Desde entonces, quizás nunca la efeméride transcurrió en condiciones tan tensas o adversas a escala planetaria. 

No pienso únicamente en los más de 600 millones de personas que, como destacó recientemente el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en la Cumbre Virtual  del MNOAL, viven en extrema pobreza, o en los más de 187 millones que al cierre de 2019 penaban, desempleados, por un trabajo.
 
A esas y otras calamidades (hambrientos, deambulantes, falta de atención médica, prostitución, violencia, guerras maquinadas por el imperio norteamericano…) sumo el golpe directo al corazón de la familia que está propinando el nuevo coronavirus, confirmado hasta hoy en más de 4 444 670 seres humanos, pero ¿alojada realmente en cuántos más?
Pienso en los padres, hermanos, hijos, esposas y esposos de los más de 300 000 a quienes ese mortal virus les ha sacado gris boleto sin regreso al más allá.

Para esas familias este día no está teniendo los mismos matices, con independencia de que la luz de sol y del día  nos llegue a todos de forma similar.

Disculpe si algún lector no coincide con mi percepción,
pero algo, o más bien muchas razones, me dicen que hasta para quienes han resultado positivos frente a la Covid-19 en Cuba, este 15 de mayo puede ser de aliento, de optimismo, de regocijo.

No es preciso hablar del colosal empeño que pone el Estado cubano para salvar hasta al último o hasta al más complicado de los pacientes enfermos, y para cerrarle paso a la transmisión en todas partes, cueste lo que cueste… porque al final nada tiene el precio “sin precio” de la vida.

Por eso estoy aquí, inclinado sobre el teclado, deshojando calendarios, repasando generaciones enteras, para las cuales no hubo nada más importante que esa familia, estructurada en una arquitectura interminable peldaños con nombres de bisabuelos, abuelos, padres, tíos, hermanos, primos, hijos, nietos, bisnietos… a quienes no les faltó,  y ojalá nunca les falte, el beso de siempre, el respeto de ayer clonado para todos los mañana.

Y puedo hasta estar equivocado, pero pensando en todo eso, en las mil y más razones humanas y sociales que arropan de cotidianidad a mi lindo país, tengo, necesaria e inevitablemente que sentir y expresar, una vez más, la dicha que la vida le concedió a mis seres más queridos: vivir aquí, en esta Cuba que resiste en familia y que en familia multiplica por todo el mundo sus mejores valores espirituales y lo poco material que tiene.






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