miércoles, abril 08, 2020
EL PRECIO DE LA IRRESPONSABILIDAD
... PUEDE CONDUCIR A IMPREDECIBLES CONSECUENCIAS
El asunto ha ocupado reflexivo espacio en miles de
hogares avileños y cubanos durante las últimas horas. La irresponsabilidad con
que algunas personas siguen desoyendo (entiéndase violando impunemente) las
orientaciones de las máximas autoridades sanitarias, políticas y
gubernamentales del país, supera lo permisible. El precio de ignorar la
gravedad del momento y servirle la mesa al contagio en bandeja de fiesta, puede
conducir a consecuencias incalculables, incluso para sus indisciplinados
protagonistas.
Lo sucedido en Florencia no es hecho aislado. Bien se
conoce de otros lugares donde ha primado el interés (capricho) individual por
encima de la prevención y de la seguridad colectivas, para terminar a golpe de
festín o de piscinazo, entre familiares y amigos de barrio, como si el nuevo
coronavirus fuese una abstracción y no un germen mortal que puede venir
acomodadito en la garganta o en las vías respiratorias del mismo sujeto que
llega del exterior o de quien ya le ha dado alojamiento en su organismo, aquí,
y lo sigue transmitiendo.
Pero si irresponsable es ese que, sordo de cañón y
creyéndose por encima de todo y de todos, viola las medidas orientadas por la
nación, no menos lo son quienes “le hacen la misma pala” que mañana podrían
utilizar para cubrir de tierra sus propios restos.
Muy poco responsables
y demasiado pasivos se tornan los vecinos que ven y no actúan, muchas
veces “para evitar problemas”, cuando el verdadero problema no es plantarse en
tres y dos frente a quien sea, apelar a la unidad de los vecinos por medio del
mismo CDR, bloque de la FMC o grupo de trabajo comunitario que ha demostrado
mil veces su capacidad para resolver situaciones emergentes, o simplemente
comunicarlo a las autoridades. El fenómeno está en el contagio innecesario, la transmisión...
Por falta de información, de orientación, de persuasión
no ocurren indisciplinas así, u otras no menos peligrosas, como la tranquilidad
con que todavía hay personas “flotando” como zombis por algunas calles y
espacios públicos, e incluso sentados en determinado muro, banco o acera, tomando el mismísimo ron que muy
bien pudieran degustar recogidos y acogidos al sosiego de su hogar.
No ahora —ante la evidente irresponsabilidad que
significa ponerse a organizar fiestas que, de hecho, desorganizan todo lo que
con tanto sacrificio hace el Estado cubano en contra de la Covid-19—; desde
hace varios días prevalece en la noble opinión pública el criterio de que es
hora ya de hacer cumplir, mediante las mismas leyes que todos hemos aprobado,
lo que el consejo y la persuasión no logran en un pequeño segmento de la
sociedad.
No estamos viviendo un momento cualquiera. El contexto
es complicado. Está en juego la vida humana, la seguridad de un país como el
nuestro, que sigue siendo objeto del más ensañado odio y de acciones cada vez
más brutales por parte del gobierno norteamericano, incapaz de controlar la
pandemia dentro de su propio territorio, aunque sí muy capaz de seguir poniendo
en práctica todo cuanto pueda conducir a
asfixiarnos.
Finalmente invito a pensar acerca de algo que no sé si
todos habremos meditado en estos días. ¿Sabe usted, con exactitud, cuántos
recursos, qué cantidad de dinero está poniendo Cuba a favor de la salud y de la
vida de todos y cada uno de nosotros, para librarnos de esa pandemia que ya ha
causado casi 70 muertes en el mundo y
que puede reservarles idéntico desenlace a más de un millón 300 mil seres
humanos, contagiados hasta hoy en el planeta?
E invito a qué tengamos en cuenta otra gran y triste
realidad: contrario a los considerables gastos que esta situación le está
generando hoy a Cuba, el país está dejando de ingresar los millones que
percibía por medio de un turismo totalmente paralizado y de otras actividades
económicas que durante años han constituido fuente segura de ingresos para la
economía nacional.
Entonces… ¿Será justo que haya quienes se den el lujo,
con su irresponsable e inaceptable actitud, de contribuir a que el país incurra
en nuevos y mayores gastos (por extensión de contagio) y lo peor aún: a que
entre en riesgo la vida de niños, jóvenes, adultos y ancianos tan vulnerables a
la mortal enfermedad? No lo creo. Pensemos en eso y, en consecuencia, actuemos.