jueves, abril 02, 2020
Contra Covid-19... LA MEJOR MEDICINA
... NO BUSQUE FUERA, LA DIVINA MEDICINA QUE TIENE EN CASA
Si el señor Trump se entera,
posiblemente quiera comprármela o lo más común en él: arrebatármela. Pero con
la mejor medicina que he conocido contra el nuevo coronavirus ocurre como con
todo lo auténticamente cubano: no se vende.
Puedo ofrecérsela a todo el que,
a fuerza de buenos sentimientos, quiera tenerla, sin que, desde luego, medie
billete o interés material algunos. Así lo aprendí de mis ancestros, de mi
Cuba… y punto.
La fórmula no fue elaborada en
laboratorio o instituto especializado. Digamos que es algo así como una
alternativa de esa medicina natural y tradicional que, bajo cualquier circunstancia,
y sobre todo en momentos como estos, cobra un valor especial.
Y lo más importante: está ahí,
a mano suya, todo el tiempo, durante las 24 horas del día, dentro de su propio
hogar.
Basta con que tenga un pequeño hijo, una nietecita u otros descendientes,
de esos que en forma de personitas en miniatura devienen bronquios, pulmones,
arterias y corazón, indispensables para que usted siga latiendo y respirando…
cómo sea.
Daniela e Isabela son mi
medicina táctica y estratégica hoy. Por ellas me lavo bien las manos, sin
chistar, tantas veces al día como sea necesario; podría ofrecer una conferencia
acerca del uso del nasobuco, dejo camino por vereda cuando veo el menor indicio
de aglomeración de personas, mantengo distancia prudencial con respecto a otros
ciudadanos, evito tocarme los ojos, la nariz y la boca con las manos sin lavar;
no comparto artículos personales con alguien y desinfecto superficies factibles
de contacto y de contagio, como mesas, picaportes de puertas, teléfonos,
teclados…
Nada de ello obedece a miedo o a
excesiva preocupación por razones de seguridad únicamente individual. Es porque
ambas princesas, como mi hijo y como miles, millones de niños, adolescentes y
jóvenes más, no tienen culpa de la actual pandemia y sí todo el derecho a vivir
lo que hemos vivido sucesivas generaciones de cubanos, agradecidos hasta este
minuto.
Sé que a muchos pueden
parecerles un tanto “raras” estas líneas, pero ni el hipoclorito, ni los
complejos vitamínicos, ni los jarabes anticatarrales que de forma preventiva
compran cientos de personas en las llamadas farmacias de plantas medicinales
(todo eso muy bueno, nadie lo niega) y ni el mismísimo interferón —divino a los
ojos de un número cada vez mayor de países— creo constituyan el medicamento
perfecto, ideal o conclusivo en medio de este momento que atraviesa la
humanidad.
Ese remedio divino es mi
familia, son mis seres queridos, vecinos entrañables, compañeros de trabajo. Y
si no les pregunto, amigos lectores, si a ustedes les ocurre igual es, simplemente,
porque no creo estar descubriendo ni develando “el agua fría”. Lo que se sabe
no se pregunta. Convencido estoy de que la mejor fórmula, la dosis exacta está,
a modo de prevención, bajo cada cubierta de placa, de teja criolla o de zinc en
la ciudad, y debajo del caballete de cada hogar campesino donde nada hay, ni
debe haber, más importante que la salud y la vida de todos, desde el bebé que
gorjea hasta el abuelo que suspira.