viernes, enero 17, 2020

 

MIRADA DESDE EL BALCÓN




Siempre lo he dicho. Con las ciudades que irremediablemente dejamos atrás un día, sucede como con los niños cuando uno deja de verlos por un tiempo: te sorprende el cambio que, sin embargo, no notan quienes a su lado permanecen.

 Algo así me ocurre cada vez que llego a Las Tunas, ese legendario pueblo que, conocido como Balcón del Oriente Cubano, abre puerta y luz al visitante, sitio de gente humilde, laboriosa y desinteresada, no solo en momentos como estos, saturados de necesidades espirituales y materiales, sino desde tiempos pretéritos, como aquel año 1876, cuando sus habitantes prefirieron quemar la ciudad, recién tomada, reducirla a escombros y a ceniza, antes que verla esclava de España.

El entorno urbano, desde luego, no es el de aquella convulsa etapa histórica, ni el de la neocolonia, ni el de 1959, ni siquiera el que mantuvo intacto el sano orgullo de los tuneros cuando el hostil Período Especial dijo “aquí estoy yo”, desde inicios de 1990.

La idea de construir un bulevar que le implantara el marcapasos de los nuevos tiempos al corazón de la urbe, restaurantes al estilo del inscrito como 2007 (donde deleitan el plato y el sosiego), obras como la Plaza Martiana (genuino y genial obsequio del arquitecto Domingo Alás Rosel), el Parque temático, el nuevo mercado para la venta de productos agropecuarios, el ensanchamiento de la vía que da acceso desde el occidente… son solo parte de las realizaciones que la pupila cotidiana no siempre alcanza a ver o a valorar, bajo el prisma de la rutina diaria. 

Convencido estoy de que nada de ello es exclusividad. Montones de ejemplos similares pudieran referir los santiagueros, granmenses camagüeyanos, cienfuegueros…

Aun así, un elemento se empeña en venir a mí como noblemente distintivo, en el caso de Las Tunas. Y es esa disposición por la limpieza de calles, plazas y espacios públicos, que nace y renace cada día, en medio de un entorno adverso para ello, en el orden urbanístico, estructural y hasta climatológico.

En otras palabras: si el sector de los servicios comunales se dejara llevar por el predominio de calles carentes de asfalto, cientos de coches halados por caballos a toda hora por doquier, hollando calles y dejando alguna que otra huella de estiércol sobre ellas; ausencia prolongada de esa lluvia que limpia y purifica, viento que esparce el polvo de nadie para todos… sencillamente Las Tunas clamara por un escobillón que bruñera sus mejillas.

Nada de eso. A visitantes como Mayra Pérez Morgado y Jorge Luis Delgado Felipe les asombró, en distintos momentos, la limpieza e higiene que transpira un lugar donde, por demás, gran parte de los desechos sólidos son recogidos con uso de tracción animal, no solo ahora, bajo esta delgadez energética, sino desde épocas de vacas gordas.

Yo, que a lo largo de 25 años solía madrugar allí, creo saber por dónde le entra el agua de la pulcritud al coco de la ciudad. Primero, no es común que alguien eche en cualquier lugar público la basura de su hogar. Segundo, tampoco la gente deposita desechos a cualquier hora del día, sino, por lo general, después de las 6:00 de la tarde. Y tercero: hombres y mujeres, cuya humildad calzan y visten sin pena, parecen espectros divinos de la madrugada, escobillón en mano.

Y no es que todo sea perfecto. Ciudadanos indolentes y descuidados hay como en todas partes. Solo que el hábito de lo correcto sigue imperando… ojalá por siempre.

Casi un lustro ha transcurrido desde que dejé espacialmente atrás la tierra de El Cucalambé y del mayor guateque campesino cubano, de los festivales nacionales e internacionales que sacó de su fantástica ánfora el Mago Píter, de los encuentros de orquestas de guitarra, del estremecimiento que sacudió a Alicia y a la siempre suya compañía cubana de ballet…

Casi un lustro en el que Roger Enrique Mastrapa, el hombre que posiblemente más tiempo (alrededor de cuatro décadas) vida y trigo le aportó en Cuba a los Comités de Defensa de la Revolución, sigue ganándole la partida a la vieja huesuda de la guadaña; el todoterreno Emilio Gutiérrez y el joven mecánico Yordanis Rojas no le han dado ni un giro de izquierda a la congénita tuerca de su bondad, y Eddy Fernández Pérez continúa brillando muy por encima de todos los zapatos que cada día lustra, desde hace más de 30 años, plantado frente a su incondicional cajón de limpiabotas.

Y a la ciudad en peso le parece seguir viendo al humildísimo obrero ebanista italo-cubano Raffaele Testagrossa pariendo, desde su inmortalidad, obras para los Cinco Héroes, contra el terrorismo, por la paz, rostros del Che, la dimensión sin límites de Fidel, todo en vidrio, bajo los asombrosos efectos de una luz negra más clara que la del sol a punto de medio día.

Conozco, libre de la menor duda, que sobre el teclado otros pudieran dejar en word apuntes muy parecidos a estos, con gentes de pueblo, vanguardias, Héroes Nacionales del Trabajo… Pero hoy he querido hacerlo yo. Porque continúo pensando que lo merece un lugar como Las Tunas, en el que no nací, como pudiera parecer, pero donde sí vi, y no me faltó luz, desde que el deber me convirtió en placer la razón de plantar bandera y latido allí.






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