miércoles, mayo 01, 2019
PRIMERO Y SIEMPRE CONTIGO
Profética,
mi Reina esposa avizoró, hace poco, que, en medio de múltiples razones para la
alegría, este podía ser un Primero de Mayo medio mustio para mí.
Y no se
equivocó. Sabía que, por vez primera en muchos años, me iba a faltar, solo en
cuerpo, alguien entrañablemente imprescindible para un día así.
Se trata
de Raffaele Testagrossa: ese hombre que se robó, sin intención premeditada de
ningún tipo, el cariño del gremio periodístico tunero, de la delegación
provincial del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, de los vecinos que
habitan el humilde barrió donde vivió, de las autoridades políticas y
administrativas, pero sobre todo de una ciudad que sigue sintiendo el apacible
andar de sus pies, dentro de los zapatos más modestos que desde hace un cuarto
de siglo recorrían sus calles y plazas.
Más
cubano que italiano (así se consideraba y por ello nunca ocultó su deseo de ser
sepultado aquí, cuando dejase de respirar) Raffaele creó una especie de curiosa
expectativa cada vez que se avecinaba el Día del proletariado mundial. ¿Con qué
sorpresa desfilará este año? –nos solíamos preguntar. Y la interrogante desbordaba
lógica.
En una ocasión lo hizo con una pesada puerta de madera encima, en cuya
superficie plasmó la imagen de los Cinco Héroes antiterroristas cubanos y al
dorso de ella el rostro del patriota tunero Vicente García González, todo ello
recubierto en vidrio, con empleo de pigmentos refractarios, para ser apreciado
con luz negra.
Obsesionado
con la idea de contribuir en el mayor grado posible a la libertad de Gerardo,
Ramón, Antonio, Fernando y René, Las Tunas lo vio pasar frente a la tribuna,
también, con una gran sábana, enmarcada entre bambúes, donde le recomendaba al
imperio norteamericano: USA la dignidad. En otra oportunidad lo hizo con un
piano decorado con la bandera cubana y cinco estrellas en alegórica referencia
visual a los Cinco patriotas encarcelados injustamente en los Estados Unidos.
En el más céntrico parque acaparó el interés de curiosos y entendidos, durante
una Pintada por la Paz organizada por el Círculo de humoristas gráficos de la
Upec, del cual fue fundador.
Pero su
obra cumbre fue Fidel. Tuneros (en el 2017) y avileños, el pasado año, fueron
testigos de una imagen realmente genial. Allí, de cuerpo entero, vestido de
Comandante, avanzando, con un casco de constructor y con una llave en la mano
derecha, estaba Fidel, bañado por los rayos solares sobre un vidrio que, en la
noche, a luz negra, transformaría de forma fantástica las tonalidades del
conjunto, mucho más resplandeciente aún.
Tal fue
la impresión que, minutos antes de iniciarse la gigantesca marcha, Félix Duarte
Ortega, miembro del Comité Central del Partido y su Primer Secretario en Ciego
de Ávila pidió trasladar el impresionante cuadro, ubicado en el bloque número
13 (sindicato de la Cultura), para que abriera el desfile obrero y de pueblo en
la Plaza de la Revolución Máximo Gómez Báez.
Quienes
tuvieron —y aún tengan– la oportunidad de apreciar su vasta y apasionada obra,
en la que predomina el latigazo directo al bloqueo, al terrorismo, a la
política cada vez más hostil y agresiva del gobierno norteamericano; quienes
vieron –y sigan viendo– su clamor a favor de la paz, del medio ambiente, de la salud
humana, de la vida… quizás le atribuyan una formación artística o cultural
anterior.
Nada más
alejado de la verdad.
“En mi
niñez, en mi adolescencia, en mi juventud solo tuve tiempo para trabajar como
un verdadero animal en mi país” –me confesó, casi a bordo de un susurro,
durante una de aquellas “emboscadas” que solía tenderme en el abierto y
apacible espacio del Hotel Cadillac, con el pretexto de apurar un café, él, y
de brindarme una cerveza, cuyo sabor, por muy exquisito que pareciera, jamás
podía compararse con el cubanísimo punto de criterios que ojalá hubiera podido
escuchar, de forma amplificada, toda la ciudad.
“Fue, la
tranquilidad, la paz, el ambiente de Cuba, lo que me llevó a hacer este arte:
arte povera o arte pobre, a partir del empleo de objetos, figuras, rostros… que
recubro en vidrio partido en pedazos o molido, con pinturas especiales y luz
negra” –les explicó, más de una vez, a quienes, asombrados, le hacían preguntas
acerca de la técnica empleada.
Sin un
solo enemigo, sin una persona a quien pudiera haberle hecho daño alguna vez;
todo lo contrario: multiplicador constante de panes y de peces, incluso entre
quienes, a todas luces, parecían ser mucho más pobres que él, Raffaele fue
ultimado por vulgares delincuentes, en su humildísima casa, el 16 de febrero de
este año, en el contexto de un inexplicable suceso que todavía consterna a la
ciudad y que resulta totalmente incompatible con la esencia y con la realidad
de este país.
Por vez
primera en muchos años, Las Tunas no lo vio desfilar. Sé que lo hubiera hecho
con la sugerente e irónica obra que en una de mis últimas visitas me había comentado,
en casi infantil “secreto”, como obsequio especial a la brutalidad de Donal
Trump.
Pero yo
sí lo he vuelto a ver hoy, andando entre el torrente humano, con su pitusa
desteñido por el tiempo, con su camisa a cuadros y con los más sencillos tenis
que pies humanos han calzado. Y claro que, como otras veces, llevaba algo
encima: portaba toda la razón del mundo para adorar a este Archipiélago del
modo que lo hizo. Cargaba un olor inconfundible a futuro desplazando las
virulentas emanaciones del pasado que él nunca quiso, ni para su pequeña nieta
Creta, allá en Italia, ni para sus hijos Ian y Denise Raffaela, aquí en Cuba,
ni para ningún niño que vea luz, no importa en qué oscuro o iluminado rincón
del mundo.
Para
satisfacción de todos, el Memorial con que cuenta Cuba para denunciar el
terrorismo engendrado y generado por Estados Unidos, mostró interés en
incorporar a su patrimonio, algunas piezas concebidas por Raffaele Testagrossa.