jueves, abril 11, 2019
LOS AMOS DE LA LAGUNA
Acomodados plácidamente sobre el agua, tres pelícanos pardos
observan cómo un pequeño grupo de aves, de su misma especie, levantan vuelo.
No se trata, sin embargo, del rutinario despegue que a
diario realizan, varias veces, para revolotear la Laguna de la leche, en Morón, pasar rasante ese embalse natural, el mayor de Cuba, zambullirse en segura
operación de captura de peces y volver, minutos más tarde, hasta este cálido
punto, conocido como La Boca,
que abre paso a un canal de tranquilas aguas, tierra adentro.
Esta vez el vuelo tiene otro propósito: retornar al lugar de
donde vinieron, hace alrededor de cuatro meses, quien sabe si en otro segmento
del litoral cubano o si mucho más allá, en geografía ultramarina.
—¿Y ustedes qué esperan para despegar también? —les
preguntaría, de buena gana, pero la sensación de profunda melancolía que parece
envolver a los tres pelícanos desvanece todo lo que de humor puede haber en la
pregunta.
A mi lado, Rafael Domínguez, trabajador del Ranchón asentado
en La Boca,
disfruta observarlos, en total silencio, con la pasión del padre que contempla
a los hijos.
“Cada año vienen más de un centenar. Creo que esto aquí les
gusta mucho. Debe ser por la tranquilidad, porque nadie los molesta y porque
tienen comida segura, en la laguna y hasta en las manos de quienes nos visitan
y de nosotros: los trabajadores de esta instalación.”
Y tiene razón. Con frecuencia los lentes fotográficos captan
no solo el vuelo de esas aves, el placer con que se posan en una pequeña cerca
de madera o el modo en que pueden permanecer largo rato “sentados” sobre las
tranquilas aguas del embalse, sino también la imagen de Rafael echándoles
residuos frescos del pescado que les oferta el Ranchón a los usuarios.
Vuelvo a fijar la vista en ellos y no veo diferencia entre
la postura actual y la que tenían un rato antes.
—¿Qué estará pasando por la mente de esos alcatraces?
—Nada —responde un colega— esos animales no piensan.
—No pensarán, pero sí sienten. Y algo me dice que no quieren
irse de aquí. De lo contrario, ya habrían batido alas, como los demás.
Acaso esperan a que disminuya un poco la velocidad del
viento, de manera que, durante la travesía puedan mantener los 50 kilómetros por
hora que, como promedio, se dice logran durante el vuelo.
Quizás estén procesando apaciblemente el almuerzo de esta
jornada.
… o tal vez, por alguna instintiva razón, sientan que allá,
en el lugar de donde vinieron, no importa dónde, las cosas no van a ser como en
esta laguna con nombre bañado en leche y prodigioso seno para acoger y
amamantar a la fauna, sin distinción de especie ni de fronteras.