jueves, abril 04, 2019

 

LA FINCA DEL CLERO


                   ... está en Morón, Ciego de Ávila

Cuando en 1945 el mundo era testigo de la segunda conflagración mundial, a Genaro Clero se le metió entre ceja y ceja que aquel pedazo de tierra, fuera del perímetro urbano de Morón, actual provincia de Ciego de Ávila, podía ser no solo el remanso de paz con que siempre había soñado, sino también emporio para sacarle a la tierra su mejor fruto en producción de alimentos.

Y compró el terreno: unas 66 hectáreas sobre las cuales se fue abalanzando la ciudad, poco a poco, pero con tal paso que hoy a la legendaria finca no se accede por uno de esos caminos típicamente rurales, sino mediante una de las tantas calles que surcan nuestros pueblos.

Setenta y cuatro años después, La María (nombre con el que Genaro designó el lugar, en honor a su hija mayor) acentúa cada vez más el valor de la tierra y cuánto puede aportar ella si de verdad se trabaja como corresponde.

“Hoy mantengo 28 hectáreas dedicadas a caña y 30 a cultivos varios”, comenta Ildefonso Clero Hernández, descendiente de Genaro en su tercera generación y propietario de la finca, vinculada a la Cooperativa de Crédito y Servicio Rescate de Sanguily.

Dicho así, puede parecer una simple referencia matemática o espacial. Pero el asunto cobra interés para lectores o visitantes al conocer que mientras áreas cañeras pertenecientes a unidades productoras de todo el país penan por lograr 40 toneladas por hectárea (y no pocas terminan siendo demolidas por rendimientos ínfimos), La María pone en la industria una gramínea que asciende a las 95 toneladas por hectárea.

—¿De qué modo lo logras?

“Tengo riego, explica Ildefonso, pero no basta con eso. A la caña hay que hacerle lo que lleva: buena preparación del terreno, siembra correcta, cultivo adecuado, mantenerla limpia, en fin: no descuidarla y ella te dará lo que te propongas, y más también”.

Similar filosofía pone en total práctica este hombre sobre la superficie destinada a los cultivos varios, cuyas producciones, como sucede con la caña, contrata con el Estado; es decir, con las empresas azucarera, de acopio, semillas y el turismo.

Ordenada y limpia en dirección a todos sus puntos cardinales, La María no es solo caña, viandas o granos como el maíz (con rendimientos que oscilan entre las 3 y 4 toneladas por hectárea) o el frijol: a razón de unas dos toneladas por igual unidad de medida. Si algo llama la atención es la presencia de más de un centenar de especies vegetales y alrededor de 35 variedades de animales, que incluyen desde ganado vacuno o equino y aves de corral hasta los apacibles conejos y la inquieta jutía.

Y todo ello, atendido por apenas tres hombres durante casi todo el año, excepto en momentos pico cuando no queda más alternativa que contratar fuerza de trabajo.

Claro… La María ha tenido también la suerte de contar con los conocimientos de un hombre que, además de heredar la sabiduría criolla o familiar, domina la ciencia agrícola que aprendió durante sus estudios de ingeniería agrónoma.
Por ello aquel tejar donde por fortuna no llegó, a bombazos, la segunda guerra mundial, deviene referencia para todo el que quiera convencerse de que no solo los asiáticos pueden sacarle oro vegetal y animal a un pedazo de tierra. También, ¿y por qué no?, cualquier cubano, con voluntad de trabajar, puede lograrlo.

—¿Y después de ti?

“Está seguro el relevo. Ahí está mi hijo, pegado a mí y a la tierra todo el tiempo”.

—¿O sea, el Clero no suelta esta finca?
“Nunca. Esta finca no es parte de nuestra familia: es nuestra familia misma.”




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