martes, agosto 28, 2018
FLORES EN MI URINARIO
Llegué, como casi todo el que deposita un peso en la cajita
y entra allí: pidiendo vía libre para evacuar el excedente líquido acumulado
durante kilómetros-horas por la autopista nacional…
Lo que no imaginé fue que, una vez atrincherado frente a la
taza sanitaria, me aguardaría una de las sorpresas más sorprendentes (así, como
usted lee) de “mis últimos tiempos”.
Ya, indirecta o inconscientemente, creo que había llamado mi
atención, al entrar, aquella limpieza realmente impecable en piso y azulejos,
así como el fino olor a uno de esos aromatizantes o ambientadores que muchas
veces ni en casa tenemos para tornar más agradable el baño.
Pero el curioso búcaro, portador de un selecto grupo de florecillas,
ocupando modesto y, a la vez, elegante espacio sobre la tapa del tanque de agua
diseñado para descargar, por poco me corta hasta el impulso.
Confieso que, de no ser porque ya cumplía al pie de la letra
la desesperada “misión”, hubiera vuelto sobre mis pasos para cerciorarme de si
había entrado al local de los hombres (como, en efecto, ocurrió) o si, por
error, lo había hecho en el de las mujeres.
¿Cuántas veces la han felicitado a usted, por tener esos
baños como tacitas de oro y, sobre todo, por poner hasta flores en ellos?
Tras regalarme una sonrisa, con mucho más valor que el peso
depositado inicialmente por mí y por otros necesitados, la mujer admitió, con
cierta timidez: “Sucede bastante; en muchas ocasiones me dicen: muchas gracias
por poner flores también para nosotros”.
Lo que quizás nadie sepa es que Griselia González (nombre
que temeroso de no escribir correctamente llevé luego a mi agenda) había sido,
allí mismo, en el Oro Negro Kilómetro 141, ubicado en el entronque de Jagüey
Grande, nada más y nada menos que especialista de recursos humanos, hasta que
por motivos de salud se acogió a jubilación.
Pero le ocurrió lo que a tantas personas, ¡enhorabuena!, les
acontece. Inadaptación total a la inercia luego de tantos años de ajetreo
laboral.
“Hay que quitarle esa idea de la cabeza” —consideraron sus
más queridos directivos porque… “¿qué es eso de pedir empleo para hacerse cargo
de los baños?”.
Solo que quien persiste tiene muchas más posibilidades de
triunfar que quienes cruzan tranquilamente los brazos (y la lengua); de manera
que por fin Griselda se salió con la suya hace una década y ahí está, muy
orgullosa de la labor que realiza, del servicio que ofrece, del contacto diario
con personas agradecidas y, por supuesto, del dinero que ingresa.
Tampoco imagina quien lee estos apuntes, que, parapetado
detrás de mi compañera, hice de tripas cámara fotográfica y de minutos
paciencia intentando tomarle una foto a esa mujer que, no sé por qué misterioso
instinto, olfateó mis intenciones, oteaba con el rabillo del ojo y serpenteó
todo cuanto pudo… hasta que no tuve más remedio que conformarme con la imagen
ya captada del búcaro en el baño y la única que pude arrancarle, de espaldas,
haciendo lo que también garantiza por voluntad propia, varias veces al día:
recoger las latas, potes plásticos y otros desechos, que manos indolentes dejan
sobre las mesas, habiendo cestos.
Hasta pronto, Griselia —me volví para decirle, mientras
caminaba hacia el auto, pero desistí. Al verla quedé en silencio, observándola,
sumido en meditaciones. En ese instante, dentro del baño continuaban aquellas
flores dándole la bienvenida y deseándole feliz viaje al visitante. Y fuera,
escoba en mano, ella retiraba parte del agua que la lluvia había acumulado
sobre una porción del piso.
Y luego hay quienes opinan que no quedan personas así o que
terminarán siendo extinguidas por las miserias de estos tiempos.
Ni lo quiero, ni lo creo.