miércoles, julio 04, 2018
... PERO LO PUSE YO
Nadie piense que, por ser meses
más a la medida del asueto y de la distracción, julio y agosto significan una
desconexión en el rol que durante todo el año desempeñan los delegados de base
del Poder Popular.
Todo lo contrario. Quienes
acumulan años en esa función saben que el verano también “calienta” estados de
opinión, preocupaciones y planteamientos a los que un delegado no puede darles
la espalda o aplazar… nunca.
Se escucha, apunta, gestiona y
representa a los electores durante todo el año, mucho más allá del momento en
que toca rendir cuenta de lo hecho, lo pendiente o lo que se proyecte hacer. Se
es, en fin, delegado, en las buenas, en las regulares y en las malas.
Que así suceda, no depende siempre, ni totalmente, de ese
hombre o mujer a quien hemos elegido por un período de dos y medio años o para
todo un lustro.
Si bien son determinantes su aptitud y actitud, la realidad
sigue demostrando que, muchas veces, cuando algo no funciona como corresponde,
el pecado original tiene raíz principal “al otro lado de la cancha”: acá, en el
universo de los electores.
Acuden a mi memoria insatisfacciones como las que afloraron,
meses atrás, entre varios habitantes de Punta de San Juan, Consejo Popular de
Máximo Gómez, Punta Alegre,
municipio de Chambas.
No conformes por el desconocimiento en torno a casos
familiares muy sensibles, asociados a perjuicios provocados por el huracán Irma, algunos ciudadanos cuestionaban el
trabajo de los delegados y hasta una señora llamada Dolores Pérez Crespo dejó
entrever, en informal comentario, que “lo mejor sería cambiarlos”.
Disculpe usted, le dije, ¿pero pudiera explicarme quién los
propuso y quiénes los eligieron; acaso no fueron ustedes mismos, los vecinos de
este lugar?
La mujer hizo silencio y asintió con la cabeza.
Han transcurrido meses y cada vez que escucho a alguien
opinando mal acerca de las capacidades o cualidades de su delegada o delegado,
suelo hacerme dos preguntas: ¿Asistimos todos, siempre, a la asamblea de
nominación de candidatos? ¿Proponemos en ella a los hombres y mujeres que, en
verdad, mejor nos pueden representar, o, simplemente, algunos levantamos la
mano por el primer nominado, para terminar cuánto antes la reunión e irnos a
ver la tele?
Las interrogantes, sin embargo, pudieran ser más:
¿Comparecen todos y todas las que muy bien podrían desempeñar esa función?
¿Aceptan ser nominados todos los propuestos, sobre la base de condiciones
reales para ello? ¿Ayudamos, después, a que los electos realicen bien su labor,
o el asunto queda en aquella vieja y manida formulación que promete apoyo
colectivo cuándo, cómo y pa’ lo que sea?
Sin ánimo de proteger o justificar insuficiencias de
ninguno, sería injusto olvidar que los delegados son apenas el primer eslabón
de una cadena que debe funcionar de forma sincronizada y eficiente, sin excluir
a cada habitante, como sujeto activo y agradecido de lo que, en términos de Gobierno,
se hace para él.
Pero no olvidemos, sobre todo, que ese delegado no cayó del
cielo, que no fue cultivado in vitro ni impuesto por nadie. Lo propuso y puso
ahí el barrio… el mismo barrio que “le va encima” de enero a diciembre,
incluidos estos ardientes meses del verano, cuando todos queremos que las cosas
funcionen bien o del mejor modo posible.