domingo, abril 08, 2018
ORO AL TESÓN DE CINTYA
Si dijera linda, me quedaría muy por debajo de la realidad.
La pequeña Cintya Jiménez Aragón es, sencillamente, bella.
Puedo imaginar el orgullo de sus padres, no cuando lean
estos breves apuntes que le arranqué a la niña en el ocaso de un dorado
atardecer. No. Yo hablo de cada vez que ellos la ven abrirse paso por la vida,
con esa aparente fragilidad tan distante de lo real, hablar resuelto y
decidido, expresión adulta, candidez poro a poro y una mirada penetrante, que
cautiva y no deja espacio ninguno para la esquiva.
Tal vez fueron esas “armas naturales” las que desarmaron al
Comisionado provincial de ciclismo, sin otra opción que aceptar cuando ella se
presentó en la Academia
de Ciclismo, para pedir que le permitieran ingresar en el área especial que
funciona allí.
De haberse guiado por la discapacidad que Cintya presenta en
una de sus extremidades inferiores (determinantes, por demás, en un deporte
como ese, en el que lo importante es pedalear duro, lo más parejo y estable) Algimiro González Jorge se hubiera
“cuadrado” para decirle, redondamente, que no.
Pero en aquella
mirada había mucho más. Había capacidades para subir al cielo y bajar un montón
de estrellas.
Lo demostró Cintya desde
que, con cuatro añitos, domó la primera bici, a golpe de espuela sobre su metálico
lomo.
Me atrevería a
afirmar que, desde entonces, no se ha bajado más de esos medios (devenidos a
veces de distracción, casi siempre transporte) que suelen horrorizar a padres
cuando niñas y niños salen a la calle sobre ellos.
¡No lo sabrá
Cintya! Por eso, sin matar su propia fantasía, anda con mucha precaución, tanta
como la que pone mientras sortea, en zigzag los obstáculos que el profe ha
situado para medir la destreza y habilidades de niños, entre 12 y 14 años de
edad, que sueñan integrar un día “el Cuba” para prenderles fuego a los pedales
y las ruedas, en vuelta clásica por todo el país.
Si lo podrá lograr
o no Cintya, nadie, ni ella misma, lo sabe. Lo que sí le queda claro a Algimiro
es que nunca había visto a una niña tan intrépida y bella.
Por eso, con el
pecho más inflado que un balón de puro oxígeno, se inclina frente a ella, en
medio de la premiación a los niños con mejores resultados durante un
concentrado provincial con fines de captación, le da un beso y le entrega lo
que él define como la Medalla
de la voluntad, de la abnegación y del sacrificio.