martes, abril 17, 2018
En Cuba... UN DIPUTADO NUNCA SE VA
A punto está de constituirse la Asamblea Nacional del Poder Popular
para su novena legislatura, a lo largo de cinco años cruciales para la vida del
país, sobre cuyas horas y minutos, con toda seguridad, pondrán pupila ojos
entendidos en el arte político del “mal de ojo”, pero situarán, también, muchas
más manos los artífices directos de ese otro arte, netamente cubano y
patriótico, que sigue significando andar con paso seguro hasta por encima de
los abismos.
Corresponde a 605 cubanas y cubanos,
de todos los sectores y segmentos sociales, productivos y de servicios; de
todos los confines, de todos los orígenes, razas y creencias (ahí está la relación, publicada)
esa mezcla de honor, con satisfacción y sobre todo con el duro reto de ocupar
el mismo escaño o silla que muy bien pudieran llenar cientos, miles de personas
de este país, con el mismo derecho a opinar, sugerir, preguntar, votar,
concordar, discrepar, aprobar o rechazar… como ha sido práctica durante todos
estos años: con el debido respeto y la intención del bien.
No conozco la cifra o el nombre de quienes en este abril de
victoria cesamos en tal responsabilidad o encargo popular, para dar paso a los
nuevos diputados.
Lo que sí puedo afirmar es que quienes integramos la VIII legislatura, como los de
la séptima, como todos los anteriores, difícilmente adoptemos una postura
tangencial, al margen de la asunción parlamentaria actual. Sencillamente,
imposible.
Si durante un lustro, una mujer u hombre se entregó, de
verdad, al trabajo de la comisión y a los debates en plenario correspondientes
a ese período; si al intervenir puso voz propia pero con el rostro y el latido
de todas las personas conocidas y desconocidas a quienes tuvo el deber y el placer
de representar, entonces no hay despedida o punto final posibles.
Un diputado cubano —ese, que por tal condición no cobra ni
un centavo más por encima del salario que devenga en su centro laboral, ese a
quien tampoco le conceden un minuto “extra” para enfrentar las rigurosas tareas
parlamentarias— puede terminar cuando expira de manera oficial el mandato
establecido, pero nunca se va.
Con él, o con ella, la Asamblea Nacional
sabe, perfectamente, que puede seguir contando, a la hora que sea, en el lugar
donde haga falta, para lo que se necesite.
No verlo, no concebirlo, no enfrentarlo así, en el orden
personal, sería estampar con firma de ingratitud la farsa que ningún diputado
cubano lleva dentro.
El tiempo ha sido el mejor espejo, desde que nacieron los
órganos del Poder Popular. Y lo demostrará esta nueva y decisiva etapa que
inicia Cuba, en la que ningún obsequio al pecho del futuro será mejor que el de
seguir haciendo, todos y todas, lo que la dirección histórica de la Revolución aprendió,
por sí misma, de nuestra historia y nosotros de ella, encabezada por ese hombre
gigante, único, que —nadie tenga la menor duda— nos sigue acompañando, de la
mano y del pensamiento, despierto, desde el corazón de la adormecida piedra de
donde decidió no irse, ni descansar, jamás.