miércoles, abril 11, 2018
EL DIPUTADO QUE ELEGÍ
Cuando este 19 de abril, quede constituida, otra vez, la Asamblea Nacional
del Poder Popular y eche a andar su IX Legislatura,
los 605 diputados nominados primero y electos después por más de siete millones
de cubanos iniciarán una etapa trascendental para la nación, desde todos los
puntos de vista.
Tal vez muchos piensen que tal afirmación se sustenta en que
el nuevo Parlamento tendrá que sesionar sin la presencia del General de
Ejército Raúl Castro Ruz como Presidente de los Consejos de Estado y de
Ministros, determinación que él mismo anunció públicamente y argumentó, con su
habitual claridad y modestia, en diálogo con quienes integraron la legislatura
saliente.
Es obvio que ello sienta tremendo reto, no solo para las 605
cubanas y cubanos electos. Lo establece para todos: desde el más lejano
delegado de circunscripción, pasando por todas las estructuras de Gobierno,
hasta quienes, finalmente, tengan la responsabilidad de conducir los destinos
del país al más alto nivel.
El asunto, sin embargo, está en aplicar lo que el propio
Raúl ha reiterado varias veces: que cada quien haga lo que le corresponde.
Quienes hemos integrado el Parlamento, sabemos muy bien que
no se es diputado o diputada para ocupar, de manera formal, un escaño y
levantar o no la mano cuando hay que votar.
La etapa que comienza, requiere mucha participación real,
oído para escuchar a electores y a población en general, conocimiento y preparación
en torno a los temas a debate, entrega, ejercicio del criterio, capacidad para,
con todo respeto, “plantarse en tres y dos” cuando no se entienda algo, sobre
todo si se difiere porque ese “algo” no ocurre como debe ser para bien de todos.
Fidel nos enseñó y José Martí fue cristalino, también, cuando al definir lo que
es un diputado,
escribió en la Revista Universal,
de México:
“Hombre encargado por el pueblo para que estudie su
situación, para que examine sus males, para que los remedie en cuanto pueda,
para que esté siempre imaginando la manera de remediarlos.
“Todos creen útil a uno: uno es nombrado por todos: nombrado
realmente por el bien hecho, por la confianza inspirada, por la doctrina
propagada, por la esperanza en lo que hará… no por lo que se promete hacer.
“El hombre útil tiene
más derecho a la diputación que el hombre inteligente. El inteligente puede ser
azote: el útil hace siempre el bien…”
Si eso está claro para nuestros 605 diputados —y soy de los
que piensa que sí— entonces no hay por qué temer ni a las amenazas de un Trump,
suspenso en Historia de Cuba; ni al monto que dolariza la subversión, ni a las complejidades
económicas de un momento como este, que exige apretar tuercas para evitar fugas
que desangran: empresas con pérdidas, ineficiencia, descontrol, problemas con
los cobros y pagos, subdeclaraciones, desvío de recursos, altos volúmenes de
inventarios, peligrosa incongruencia entre precios y salario…
Y si, además, la definición martiana es comprensible para
los más de ocho millones de electores cubanos, entonces podremos estar más al
tanto del desempeño para el cual elegimos a esos diputados que, por cierto, no recibirán
ni un centavo más allá del salario que devengan en sus centros de trabajo, ni
contarán con un minuto extra, para enfrentar la carga de tareas que se les
viene encima.