domingo, septiembre 17, 2017

 

¡QUÉ NO SE DIGA... COMPADRE!



Hace poco, mientras recorría zonas del norte avileño muy dañadas por el huracán Irma, detuve la marcha para pedirle orientación a un hombre que, cortés, interrumpió la faena, machete en mano.


No cortaba yerba para animal alguno, no chapeaba el frente de su hogar, no recogía leña para hacer un horno de carbón… Sencillamente ordenaba parte de la madera y otros desechos que yacían casi encima de la vía pública. Rubén Gómez Martínez, en fin, solo intentaba facilitar la recogida de todo aquello tan pronto viniera un transporte designado para ello. Ni siquiera su vivienda había sufrido daños de consideración. Ayudaba a los vecinos.

Como él, vi a varios ciudadanos cooperando, en tareas de una recuperación que no es para bien de otros, sino para sí mismos, para la salud y el bienestar general de todos, tal y como apreció la colega Sayli Sosa entre los humildes pobladores de Júcaro.

Pero, por el contrario, hallé también a personas muy sentadas en el portal de su casa, contemplando el paisaje, ajenas por completo a sus propios perjuicios y a los primeros pasos de una ayuda que en las horas siguientes tendería a incrementarse.

Hablo no solo de lo que con sus recursos ha venido haciendo cada localidad o municipio. Pienso, también, en la contribución de la provincia y, sobre todo, en la ayuda técnica especializada (hombres y equipos) desde numerosas partes del país.

¿Cómo se sentiría usted, amigo lector, si, dejando atrás su hogar, la familia y los numerosos problemas que se acumulan en la vida de una persona, llega hasta una zona perjudicada por el huracán, trabaja intensa y agotadoramente largas jornadas, durante la cantidad de días que haga falta, muchas veces bajo agua, solo o hasta sereno, y no aprecia una actitud correspondiente por parte de quienes habitan el lugar?

Aunque no es generalizada, la situación merece un pequeño aparte. 

Pareciera, en algunos casos, que, como el ciclón me dañó, o como no vino nadie de inmediato a ver mis “desgracias”, alguien (acaso el Estado cubano) tiene la obligación de hacérmelo todo. Y no es así.

Que en la voluntad de nuestro Gobierno prevalezca la decisión de resarcir todo cuanto sea posible en coyunturas como esta, no significa que yo, como ciudadano y principal beneficiado, me siente de brazos cruzados a mirar el cielo o a jugar dominó entre vecinos.

La gratitud existe. Siempre existió en este Archipiélago y, hasta donde conozco, no tiene intención ninguna de fenecer.

Aprovechar el filón, para lanzar en cualquier lugar de la calle, como constaté en Morón tras el azote de Irma, tantas toneladas de basura (acumulada en el privado espacio de cada quien) como de escombros y desechos realmente causados por el meteoro, no es muy loable que digamos. Y mucho menos si el vertedero lo arman los propios vecinos justo a la entrada de la misma bodega donde compran el pan nuestro de cada día y otros alimentos. Hablo de la unidad La Criolla, en Martí y Máximo Gómez.

Ciego de Ávila (de norte a sur y de este a oeste) fue siempre agradecida. ¿Qué cuesta llevarle un vaso de limonada al liniero que intenta restaurar el servicio eléctrico? ¿Qué trabajo da cooperar con quienes recogen escombros o evalúan los daños? ¿Qué nos impide sumarnos y agilizar la recuperación, con independencia de cuántas 


Comments: Publicar un comentario



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?