miércoles, agosto 16, 2017
A TUS PIES
Subía
montañas, allá por el noble Mayarí, sediento de más pinares, cuando la señal
sonora que un día escogiste, para hablar y escribir siempre tan claro,
estremeció la serranía, el pecho de mi Reina esposa y lo que la naturaleza puso
dentro del mío.
Sabíamos,
todos, que un día el sueño eterno se creería —vaya alucinación— vencedor de tu
pupila, esa que está leyendo, ahora mismo, la yema de mis dedos, filtrada por
el cristalino prisma de tus bifocales…
Nadie
imaginó, sin embargo, que dejarías de respirar tan pronto, casi acabadito de
nacer, compadre, aún cuando males que matan se habían aprovechado de tu
hospitalidad congénita, para instalarse, desde hace siglos, en algún cálido
remanso de tu inquieto interior, decididos a hacer su mortal faena.
Subía yo montañas,
allá por el holguinero Mayarí, cuando la emisora homónima se hizo eco de la
noticia y, sin perder tiempo, puso en el éter tu voz, mediante las
declaraciones que alguna vez ofreciste por solicitud de aquellos muchachos que
no se cansan de trabajar: más en los trajines de la información y del
periodismo, ellos, que los mismísimos mulos en el ascenso y descenso de todo
el lomerío.
Y, en ese
instante, pudiste haber bajado a mi memoria vestido de impecable traje y
anudada corbata, o con esa blanca guayabera que bien pudiera engrosar la
colección del museo espirituano, o a la zaga del micrófono en franco adelanto
de lo porvenir; pudiste acudir, en fin, envuelto en mil y más maneras asociadas
al trabajo que nunca te faltó y al que jamás faltaste…
Pero
llegaste a mi recuerdo tranquilito, del modo menos imaginable: sentado campechana
y familiarmente en una alta silla, con los zapatos quitados, quién sabe si
agotados (ellos), a apenas diez centímetros de tus olímpicos y frescos pies: los
pies que, sin duda más zapatearon al gremio periodístico cubano, de Punta a
Cabo, en los últimos años, si no en toda su historia.
Quien ahora
te observe así, captado por la ocurrente y sana irreverencia de mi lente, quizás
te imagine descansando. Error: seguías, en ese instante, andando, desde la
posición de sentado, como diría un francotirador; andando en también franca
prolongación de una jornada interminable.
Por eso,
benditos, sí, benditos esos tus pies andantes, los mismos que seguirán marcando
pasos, con la seguridad de ayer, con la humildad de siempre, con la ternura que
tu entrañable y fiel compañera se empeñó en deshojarles, a bordo de caricias.