miércoles, junio 28, 2017
VUELVO A NACER
Siento
que he vuelto a nacer.
No por la
milagrosa razón que algunos emplean esa frase, cuando escapan de la muerte.
He
vuelto a nacer por motivos totalmente contrarios, asociados a más vida.
El
advenimiento, feliz, saludable, hermoso y apacible de mi primera nieta, me siembra
la certeza de que empiezo a vivir.
“Seis
libras con 15”,
deben haber dicho, la enfermera o el médico, al situarla sobre la báscula.
No
logro entender cómo un equipo de tanta precisión o especialistas tan preparados
pueden equivocarse así. La Daniela de mi Félix Daniel, de Arianna (su mamá), de
Isabela (hermanita), de sus abuelas materna y paterna, de sus bisabuelos, mía,
de todos, vino al mundo con toneladas de peso a bordo de su diminuto cuerpo,
debajo de esa piel de seda… porque vino con toneladas de ternura, de cariño, de
salud, de futuro.
Quisiera
decir que, con apenas unas horas de nacida, le hablo y me presta atención, le
pido una sonrisa y sus pequeños labios la dibujan al instante, le digo “aquí
está abuelito” y entreabre los achinados ojos, como buscando mi silueta.
Quisiera decir muchas cosas más, pero prefiero callármelas, por increíbles para
quienes no hayan estado en el reducido grupo de personas que reían, incrédulos,
frente a lo que sus ojos veían.
Y yo
sonreiré, como lo hace, semidormida, mi Daniela, o como sonreí un rato después
de haber llegado a mí (ella) procedente del salón de parto, cuando, en mis
brazos, me dedicó la primera “gracia” de su vida: una “embarradita” de especial
factura en plena camisa.
Cincuenta
y seis (años) con 56 días, ¡vaya coincidencia! es mi edad oficial hasta este
minuto, según consta en documentos originales asentados en la central provincia
de Ciego de Ávila…
Solo
que tampoco logro entender cómo el calendario puede equivocarse así, tan
fácilmente. Mi hijo me ha dado la posibilidad real de renacer, hace apenas
cinco días, por intermedio de ese capullito humano a quien él inscribió como
Daniela, tal vez sin sospechar que ya ella me había reinscrito, horas antes, a
mí, con el nombre por el que me seguirá llamando todo el mundo desde ahora:
Pastor.