miércoles, diciembre 14, 2016
EL SUEÑO SEGURO DE ALEJANDRA
Por esos azares o tropiezos involuntarios de la vida,
extravié la hoja donde, a toda prisa, hice algunos apuntes, incluido su nombre:
Alejandra, si la memoria no me engaña.
Ajena por completo a cuanto le rodeaba, la bebita dormía
como toda una princesa, en su pequeño coche.
A pocos metros, un grupo de niños jugaban a las adivinanzas,
mientras aguardaban, como cientos de adultos, el paso de la caravana queentonces trasladaba las cenizas de Fidel hacia el cementerio de Santa Ifigenia,
en Santiago de Cuba.
A su lado, atentos hasta al más leve suspiro, estaban su
hermanito y su mamá.
De almohada, acaso protegiéndole el sueño, había dos
imágenes en brillante cartulina: el Comandante en Jefe de todos los cubanos y
su entrañable hermano Raúl.
Permanecí unos segundos
mirándola, con unos deseos irresistibles de inclinarme y besar su frente o una
de sus delicadísimas mejillas, pero renuncié a la idea por temor a despertarla.
Algo debí comentar con la joven
madre que, motivada, me contó lo agradecida que estaba ella de Fidel y de la Revolución cubana.
“En primer lugar por la vida y
por la salud de estos dos niños maravillosos que tengo” —recuerdo,
perfectamente, que afirmó antes de añadir que también era privilegiada por
haber hecho la licenciatura en maestros primarios: profesión que, para mayor
simbolismo, ejerce con profunda pasión en la escuelita 26 de Julio, asentada en
la división de Ciego de Ávila con Sancti-Spíritus.
Un año de edad es muy poco para
tener noción de aquel trascendente momento.
El tiempo, sin embargo, le demostrará a la pequeña Alejandra, cuán
segura va a seguir durmiendo, día tras día, bajo la pupila de una familia
eternamente agradecida y de dos hombres nacidos para velar y perpetuar el sueño
de todo un país.