sábado, noviembre 26, 2016
NO TE VAYAS, PAPÁ FIDEL
Por
favor no te vayas, Papá. No ahora. No sin antes quedarte para siempre, más acá
de la memoria de tu pueblo. No lo hagas. No entre las llamas que —para decirnos
“aquí estoy, aquí sigo” — pediste en aparente último deseo.
No sé
si a esta sabatina hora tus músculos de eterno atleta, los huesos que soportan tu condición de
incansable caballero andante, las venas por donde nos transfundiste tanta
sangre (para impedir su vano derramamiento), la sustancia nunca gris de tu
cerebro, esa barba que mientras más adoramos más eriza, de pavor, la lampiña
piel de los sin barba ni quijadas; las manos que enloquecieron al pincel de
Guayasamín, tu sonrisa de niño cándido, la cósmica visión de tu pupila, el peso
completo de tus siempre noqueadores órganos… no sé si todo ello habrá pasado a
ser ya la ceniza que nunca serás.
No
partas sin antes replantarte, con más fuerza de raíz, en el tronco de cada
familia, de cada ciudadano y, sobre todo, de un pueblo que, como tú, fue
concebido sin velocidad para el movimiento en marcha atrás.
Engañosa
impresión esta que se empeña en instalarse bajo techo desde anoche… como si en
cada hogar faltara algo o alguien entrañablemente vital.
Por eso,
emprende, por favor, no más tu vueltecita de ida y vuelta, por un rato, montado
sobre la brisa de este suave invierno, por los trillos, arroyos y parajes de Birán, vuelve al pupitre
pionero, a tu jesuita colegio, a la escalinata donde Mella te esperó, al
desafío del furor esbirro, a la Granjita Siboney, al Moncada, al exilio, a la
cubierta del yate más grande que ha
tenido la historia humana, a Las Coloradas, a Cinco Palmas, la Plata, el
Turquino, la Sierra toda, a La Habana convertida en blanca paloma sobre tu
hombro de Hombre.
Anda,
saca por fin el tiempo que en todos estos años no te diste, y retorna, sobre tu
yipecito Gaz de cuatro puertas, hasta los cañaverales, fábricas industrias,
escuelas en el campo; vuelve a fajarte contra el Flora, planta bandera en
las arenas de Girón, sigue, como
siempre, sin dormir (¿quién ha de impedírtelo) para cuidar el sueño de millones,
sobre millones de almohadas; palpa cada palmo de geografía angolana como si no
te separaran 14 mil kilómetros, haz que se estremezca el mundo ante tu verbo
defensor del propio mundo, desde el Río (de Janeiro) hasta el mar con que
encrespaste la inercia de la ONU…
Haz lo
que quieras, Papá Fidel, pero no te marches, Viejo. Porque si lo hicieras… ¿con
quién vamos, entonces, a esperar tu Primero de Enero en esta Cuba de todos? ¿Te
has preguntado con qué pies, con qué mirada, va a seguir andando el mundo, si
de verdad le faltaras a la humanidad un lejano día?