martes, marzo 19, 2013
MADURO EL CAMINO DE CHÁVEZ
Han transcurrido dos semanas y aún palpita la añoranza multinacional de despertar… y constatar que todo no ha sido más que una indeseable pesadilla.
Chávez, sin embargo, reposa allí, en su bien entrañable
Cuartel de la Montaña,
ocupando cada vez más el espacio y la real dimensión que ni remotamente
imaginaron quienes durante todos estos años removieron infierno y tierra para
ponerle físico final a una existencia que ahora se torna —quiéranlo o no—
espiritual e inevitablemente eterna.
Mucho —y desde lo más profundo de la pasión humana— se ha
hablado acerca de él en estos difíciles e interminables días. Lágrimas de
pueblo humilde han confirmado la gratitud de las descendencias y generaciones
actuales, más allá de la sufrida piel étnica o geográfica de Venezuela.
Con ese don natural y originario de padre, maestro y
redentor de pobres, él supo llegar hasta el interior de millones de
latinoamericanos y caribeños, en indiscutible expresión de que hoy es
totalmente posible el sueño de Bolívar y de los demás próceres de la
independencia.
Quizás no haya, a lo largo de toda su trayectoria política,
ni un solo discurso en el que no evocara, en digna y apasionada referencia, la
figura de El Libertador.
Cuán lejos estaba de suponer —porque jamás lo aspiró— que su
mirada y su obra lo convertían poco a poco en El Integrador de nuestros
pueblos.
Ni la más rancia historiografía puede ocultar el giro que comenzó
a mostrar el continente desde que Chávez se empeñó en surcarlo y sembrarlo de mecanismos,
vías, instrumentos y medios a favor de la misma integración y de la misma unidad
que siempre ha tratado de cercenar el enemigo “por excelencia” de la paz.
Por eso, junto a millones de venezolanos, bolivianos,
ecuatorianos, cubanos, argentinos, brasileños, haitianos, peruanos, mexicanos…
han gemido los pulmones del Orinoco, el Amazonas, La Plata, Los Andes y hasta
esos magnánimos yacimientos petrolíferos, de cuyos tobillos también Chávez quitó
grilletes un día, para revertir en luz las llagas de décadas y centurias.
Con luz —entendida como conocimiento, inteligencia,
sabiduría, dignidad, unidad— ha de honrarse, cada segundo y por siglos, la
infinita visión del Líder bolivariano y la generosidad sin límite de su
corazón.
Nadie, en similares circunstancias, logró jamás tanto en tan
pocas vueltas alrededor del Sol.
Mortificación sienten las hienas no solo por esa obra
material, inmensa, que quieren barrer de un zarpazo. Tiemblan, sobre todo, por lo
invisible a la mirada, pero que existe; por eso que late y mueve montañas, por
la continuidad inalterable como una posibilidad y un hecho reales.
Quizás lo que más desvela a los portadores del mismo odio
que Chávez siempre perdonó, es la fuerza con que el pueblo se comprime y
robustece; es la convicción natural, sencilla, popular e irrenunciable con que
el Vicepresidente (desde entonces Presidente Encargado de la República Bolivariana
de Venezuela) habla, siente, escucha, vislumbra, alerta, sugiere, sensibiliza,
medita, dispone, actúa, llama, convoca, une, arrastra…
Tal vez ni el mismísimo Nicolás Maduro imaginó, meses atrás,
que víctima del insoportable dolor físico, primero, o en medio de los difíciles
períodos postoperatorios, Chávez consumía, en noble silencio, radiante y
estoicamente, hasta sus últimas energías para, llegado el momento de partir
hacia la vida sin muerte, dejar bien Maduro el camino de la revolución
bolivariana.