lunes, noviembre 19, 2012

 

En Cuba... NIÑEZ AL DERECHO


Sobran, en cada hogar cubano, razones para la tranquilidad y la gratitud este 20 de noviembre, cuando se cumplen 23 años del tratado internacional de derechos humanos más ampliamente aceptado en la historia: la Convención sobre los derechos del niño, firmada y ratificada por Cuba desde enero de 1990.

El documento, aprobado por la Organización de Naciones Unidas, sintetiza en 54 artículos un conjunto de derechos humanos básicos para la vida y supervivencia de niños y adolescentes menores de 18 años, desarrollo de sus capacidades mentales y físicas, protección contra influencias peligrosas, maltrato o explotación, así como participación plena en la vida familiar, cultural y social.

En términos prácticos, el texto fija derecho a vivir, a estar inscripto, a tener un nombre y una nacionalidad, a opinar y a que se tenga en cuenta ese criterio.

Evoca, además, la libertad de asociación, respeto a la vida privada, a la intimidad del domicilio y a la correspondencia; derecho a recibir información, a cuidados y atenciones especiales en caso de padecer discapacidad física o mental, acceso a educación, juego, recreación y descanso sanos, participación en actividades culturales, artísticas y protección contra cualquier forma de explotación, abuso sexual, droga u otros vicios.

Pero un tratado no puede materializar por sí solo. Requiere mucho de la voluntad estatal y política, así como de la participación social y familiar.

Imágenes e informaciones como las que frecuentemente estremecen al mundo, acerca de niñas y niños desnutridos, analfabetas, pidiendo limosna, sometidos a brutales faenas, presas de la prostitución infantil, reclutados para intervenir en conflictos armados o víctimas mortales de guerras, hambre, enfermedades curables… nada tienen en común con la noble intención que en los años 80 del pasado siglo animó a líderes de gobiernos, abogados, profesionales de salud, asistentes sociales, educadores, organizaciones no gubernamentales y grupos religiosos de todo el mundo, para abrir cauce a la mencionada Convención.

Funcionarios y representantes del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) han subrayado más de una vez la sensibilidad y seriedad con que Cuba lleva a la práctica la esencia de ese importante tratado.

Tasas de mortalidad infantil como las logradas aquí (inferiores incluso a 5 por cada mil nacidos vivos en los últimos años) son inobjetable expresión de derecho a la vida.

A similar conclusión conduce el acceso gratuito a educación por casi dos millones de niñas, niños, adolescentes y jóvenes, ahora mismo, mientras el lector repasa este párrafo donde también cabría la referencia a miles de pequeños desarrollando sus capacidades en la enseñanza artística y deportiva o integrados a proyectos que van desde el ámbito comunitario hasta los horizontes de una Colmenita capaz de conmover al público norteamericano y de ramificarse en otros países.

Puede faltarle hoy a cualquier niña o niño cubanos una dieta más balanceada, tejido más elegante o calzado más a tono con las necesidades, pero ninguno morirá de inanición, víctima de frío, sin atención especializada de salud o como consecuencia de vicios, abusos, golpizas, secuestros, tráfico de órganos y otros males entronizados en sociedades donde los derechos humanos no andan “derechos”.

Más bien pena debiera sentir el mundo al tener que recurrir a un instrumento internacional para tratar de lograr lo que por naturaleza merece y corresponde a todo ser humano… en especial cuando se trata de algo tan sensible como la niñez y la adolescencia.

Por fortuna, cuando más de 190 países rubricaron ese tratado (con la ausencia, por cierto, de Estados Unidos y Somalia) ya hacía rato que en Cuba se cumplían los 54 artículos de un documento que, a la vuelta de 23 calendarios, sigue siendo objeto de atención y de privilegiado orgullo en todo el Archipiélago. Lo sabe todo el mundo.


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