martes, diciembre 29, 2009

 

RIQUEZAS HUMANAS

Cada vez más, este 2009 se torna algo así como un puño bien cerrado hacia lo alto, un pulgar en regocijo…

Debe ser porque estamos coronando, mucho mejor que otros, un año más, aún cuando quizás nunca gravitaron sobre la especie humana tantas “miserias o calamidades ambientales” a la vez.

Basta volver la mirada hacia las prolongadas sequías: acaso incomparables con ese fenómeno en otras regiones del Planeta, pero causantes también de no pocas penurias entre miles y miles de familias cubanas.

Abiertas están sobre la piel del Archipiélago las cuchilladas por donde los huracanes desangraron más de 10 000 millones de dólares, con enormes daños, privaciones y secuelas, hasta el mismísimo hogar.

No estamos ajenos al peligro del virus de la influenza A H1N1, que provoca muertes sin respetar fronteras de ningún tipo.

El Aedes Aegyptis sigue presto a cobrar el precio del descuido entre quienes olvidan que solo con medidas extremas y permanentes, entre todos, es posible derrotar a ese vector.

Súmese la conjuntivitis, quizás no tan descarnada, pero sí muy capaz de “descarnar” la alegría en cualquier hogar.

Preocupantes son los vaticinios en torno al calentamiento global, deshielo polar, aumento en el nivel de las aguas, penetraciones del mar, movimientos telúricos y oceánicos, alza de temperaturas, depauperación de suelos, lluvias ácidas, más sequía…

Tales noticias proliferan en medio de inmensos desembolsos imperiales para guerra, y de una crisis generada por la codicia capitalista, que acentúa hambre, enfermedades, vicio, muerte.

Como realidades, todas esas —y aún más— están ahí. Y nosotros —tan “plantados” como siempre— ¡aquí!

Es sencillo: en las particularidades (históricas y actuales) de Cuba, no hay espacio para el lamento o la marcha atrás. Hasta un niño lo sabe.

Como cada Primero de Enero, la historia nos vuelve a tocar el hombro en este 2010. Que tampoco en su curso encuentren las calamidades naturales aliado alguno en miserias de fondo humano.

La hora es de cerrar fila, unir voluntades, trabajar más, apelar a valores heredados de nuestros más genuinos ancestros…

No cabe, a ras de hogar, barrio, pueblo y nación, una actitud distinta de la que sigue protagonizando Cuba, mediante acciones de solidaridad hacia los más necesitados, no importa dónde.

A diferencia del egoísmo rapaz que genera el modelo (nada referente) del capitalismo, los cubanos seguimos multiplicando panes y peces, como las familias tuneras que todavía alojan a cientos de personas damnificadas por los huracanes.
Repítase, en miles, la actitud de Modesta y René Leyva, ofreciendo su refrigerador hasta que Chely y Castillo tuvieron el suyo.

De cubanos es lo que hace el jubilado Félix Marrero, quien lleva y busca de la escuela a los mellizos Aisbel y Aismel para que la madre de ambos enfrente mejor al Aedes; la preocupación del barrio mientras la bebita de Zenia estaba ingresada, el ímpetu con que combatientes y vecinos repararon y pintaron la casa de Eunomia: madre del mártir Ramón López Peña…

En esas riquezas del alma (antídoto frente a todo lo adverso) está la receta que engrandece a Cuba, desde que los aborígenes compartían lo recolectado, cuando el niño José Martí gimió frente a aquel esclavo negro azotado en medio del monte y desde que los mambises dividían —para multiplicar— la infusión de hojas, el sorbo de miel, la zanca del caballo, el machete redentor.



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