sábado, octubre 10, 2009

 

ARMANDO VUELVE A CALZAR SUS BOTAS DE COMBATE

Diciembre de 1958. Algo muy importante tenía que haber sucedido para que el capitán Erasmo Rodríguez se trasladara urgentemente hasta Placetas.

— Es que acabamos de liberar a Sancti-Spíritus” —informó.

Ecuánime, Ernesto Guevara le miró a los ojos y preguntó qué aldea era esa llamada así.

— No es una aldea, Che —repuso Rodríguez— es la ciudad más grande tomada hoy en Cuba por el Ejército Rebelde.

Hasta cierto punto, era lógico que el Jefe de la Columna 8 se sorprendiera con la noticia. Liberar a la legendaria villa no estaba directamente en plan. Sus indicaciones para Erasmo habían sido operar en la vía que conduce hacia Trinidad, carretera central rumbo a Jatibonico, otros puntos donde la situación lo permitiera y organizar la aplicación de medidas revolucionarias.

Tal vez por ello, tras escuchar al Capitán, el Che dispuso partir de inmediato en un yipi hacia la ciudad recién liberada.

En aquella victoria no habían mediado el azar ni la imprudencia. Luego de actuar con éxito contra el enemigo en pequeños poblados, el capitán Rodríguez había logrado entrar al pueblo, activar contactos, movilizar fuerzas y realizar acciones que condujeron a la rendición del adversario, finalmente en fuga. Diciembre de 1958 abría puertas a la nueva vida allí.

NI CAPITÁN, NI RODRÍGUEZ

Año 2005. Sentado en la acogedora sala de su hogar, en Ciudad de la Habana, el ya octogenario espirituano trae a superficie de diálogo momentos de profunda significación, archivados en el fondo de sus aún cristalinos recuerdos.

“Aquel día —relata— después de que el Che apreció la situación y le habló al pueblo desde la emisora espirituana, me comentó: creo que te puedo entregar los grados de Comandante por la toma de esta ciudad. Yo no dije ni una palabra. Concluyó diciembre. Vino la entrada triunfal a La Habana y un día me mandó a buscar a su oficina. Mientras me dirigía hacia allá, yo me preguntaba preocupado qué cosa habría hecho mal.

“Cuando me vio llegar dijo: Rodríguez, yo pensaba que usted cumplía las órdenes que recibe. Perdone Che —le respondí— pero necesito que me explique, pues no sé a qué orden se refiere...

“Yo le dije a usted que le daba los grados de Comandante —me recalcó en tono crítico o de regaño. Y le respondí: Bueno, usted me dijo que cree-iií-a que podía otorgarme esos grados. Entonces el Che soltó una sonrisa y le indicó a una compañera que buscara un sobrecito en el buró. Dentro estaban las estrellas, relucientes, de Comandante.”

— Pero entre los Comandantes del Ejército Rebelde no hay ninguno que responda al nombre de Erasmo Rodríguez...

“Fue el propio Che quien, durante la lucha, me había recomendado cambiar de identidad para evitar que el enemigo descubriera mi nombre e hiciera algo contra mi familia. Yo era muy conocido allí. Ante aquella sugerencia recordé a mi abuelo Erasmo. ¡Pues desde ahora —me dijo— serás el Capitán Erasmo Rodríguez!

“Y todo marchó bien hasta un día en que cinco mujeres tabacaleras contactaron con la tropa. Una preguntó si había algún espirituano. Los hermanos Acevedo respondieron: ¡Cómo no, el Capitán Erasmo! La joven dio dos o tres vueltas cerca de mí y se alejó. Yo tenía una barba bastante abundante. Volvió a preguntar y al recibir igual respuesta dijo: qué va, a ese lo conozco bien; es Armando Acosta, dirigente del Partido Socialista aquí.”

REBELDE DESDE LA NIÑEZ

No le preocupó mucho al entonces Capitán que aquella mujer lo identificara. De él, la zona tenía sobradas vivencias asociadas a una precoz rebeldía que se remontaba a sus... ¡Doce años!

“A esa edad me detuvieron por primera vez—cuenta— Yo despalillaba tabaco en mi tierra: Taguasco. Recuerdo que la gente empezó a conspirar para pedir que nos pagaran mejor el despalille. Algunos temían que yo me enterara y se lo dijera a mi padre, quien era una especie de capataz. Pero el lector de tabaquería me contó todo el plan con lujo de detalle.

“El día en cuestión, yo estaba un poco nervioso. La persona designada debía caminar hasta un punto del salón y mandar a salir. Como nadie lo hacía, no me pude aguantar más: salté de mi taburete y grité ¡Pa´fueraaa!, pero la gente entendió ¡Candelaaa! y se armó tremenda confusión; unos corrían, otros trataban de descubrir las llamas... Por fin se normalizó todo, fuimos frente al dueño (un isleño de un carácter tremendo) y como tampoco hablaba el que debía hacerlo, yo mismo dije lo que queríamos. El hombre aceptó, pero cuando los guardias se enteraron vinieron en dos caballos y me llevaron preso.

“Estuve como cuatro horas en una columbina o camastro. Cada rato un negrón grandote como una algarroba me decía: ¡Qué se habrá creído este vejigo, caraaajo, tengo más ganas de...! Y yo pensaba: Hum, ahora esto sí se está poniendo malo.

“Al verme, el sargento se molestó mucho; pensó que sus guardias se habían dejado engañar: un chiquillo así no podía haber encabezado aquella huelguita. Y me soltaron.
“Estuve preso 22 veces. La última fue a manos de Pelayo, en Guasimal. Hasta un discursito me echó para que yo renunciara y no me buscara más líos. Tuve que reírme. Él montó en cólera. ¡Pues esto se terminó! —me dijo— o nosotros acabamos con ustedes o ustedes con nosotros. Puedes irte.

“Entonces me paré y le respondí: ¡Claro que me voy! pero recuerda que somos nosotros quienes acabaremos con ustedes.

Y el tiempo lo demostró.”

POR SIEMPRE DE VERDE OLIVO

Nunca imaginé que un puñado de minutos (apenas 60) pudieran abarcar tantas vivencias, historia y sencillez humana. Acogido a la tranquilidad hogareña, a la lectura, al cariño familiar (antídotos contra los males del tiempo) Armando necesitaba el diálogo en que siempre basó su estilo de dirección y el vínculo con su pueblo.

Tal vez por ello, cada vez que intentaba incorporarme para despedirme y continuar viaje, él buscaba el grato modo de impedirlo… como si nuestra amistad (recién nacida allí tras un involuntario desliz periodístico en torno a su figura) se hubiera remontado a los decisivos días del Escambray o más allá.

Así, afable y comunicativo, lo recuerda su terruño espirituano. Así lo lloraron este 5 de octubre las márgenes del Yayabo. Así lamenta Cuba su muerte física, casi a los 89 calendarios.

Cremado, como deseó, retorna a su invencible Frente de combate (Las Villas), para seguir burlando las emboscadas del tiempo, desatando nudos sindicales, liberando a Sancti-Spíritus, avanzando triunfal, recibiendo el grado de Comandante, dirigiendo los CDR, entregándose al Partido, al Gobierno, representando a Cuba en el exterior y cumpliendo cada misión encomendada por Fidel, por Raúl o por ese heroico Guerrillero de boina y reluciente estrella (Che) a cuya sombra retorna con las botas calzadas como ayer, para continuar bajo la luz del Hombre Nuevo.

(Fotos: Cortesía de Rafael Alcántara)

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