jueves, mayo 07, 2009

 

ANGOLA ENTRE NOSOTROS

Tiene el tiempo no solo la natural manía de alejar, sino también la capacidad irresistible de atrapar.

Veinte años han transcurrido desde aquel retorno (alegre, digno, victorioso) y sin embargo cada detalle sigue intacto ahí, en el recuerdo, en la referencia oral, en la evocación, en la anécdota rememorada durante cada nuevo encuentro como si fuera la primera vez…

Nadie les ha indicado hacerlo a colegas como Ledys Camacho, Albertico Núñez, Carlos Cánovas, Luis Lino Hernández, Jorge Luis González, Elsa Blaquier, Roberto Pérez Betancourt, Katiuska Blanco, Róger Ricardo, César Gómez y otros que fungieron como corresponsales de guerra durante aquellos días, cuando la solidaria ayuda de Cuba hizo irradiar más luz sobre Angola, Namibia, Sudáfrica y todo el continente.

Tampoco han exigido recordar aquella etapa hoy las instituciones, organismos y entidades donde ahora laboran Leticia, Nieto, Rosalina, Pável, Morín, Guillermito y otros cubanos que a la sazón desempeñaban intensa y valiosa actividad política y cultural entre la gran masa de jóvenes protagonistas de la epopeya internacionalista en aquel hermano país.

La peculiaridad –devenida tradición- de hallar espontáneamente un espacio y un momento para encontrarnos y reencontrarnos con ese pasado (siempre en tiempo presente y futuro) tiene su base en el privilegio de haber vivido aquella experiencia, no menos humana que militar, profundamente saludable para el alma, decisiva como sustento para el ejercicio de la profesión.


Ello explica que, “de un tirón” la casa de Albert, un apacible recodo del círculo José Antonio Echeverría o la sala de Rosalina se llenen de cohetes, vuelos de helicópteros, minas, caravanas, máquinas de escribir, cuartillas, negativos, botas, cantimploras, píldoras de cloroquina, gacelas, cobras, monos, yacarés, guitarras, fotos, chistes, poemas, cartas, cuento y recuento, voces queriendo “clonar” sin plagio alguno la genialidad interpretativa de Silvio, miradas tristes de niños de piel negra con idéntico derecho a la más alegre y blanca de todas las sonrisas…

Ningún guión lograría la originalidad con que cada relato, anécdota o pasaje le sigue –fuera de toda preparación- al anterior, en medio de un silencio (a ratos) o de una detonante risa (a menudo) que atrapa, motiva, contagia y compromete a la esposa que desde acá bombeaba aliento ayer en el infinito espacio de un sobre aeropostal, al pequeño hijo (recién nacido entonces, universitario hoy), al amigo que admira asombrado lo que, sin duda, él mismo habría hecho y multiplicado con creces.

Así está Angola en el pecho, en el recuerdo, en la yema de los dedos; trenzada en el teclado, respirando entre los poros del micrófono, aprehendida entre la velocidad y la abertura del lente, sentada y asentada en el lugar más insospechado de La Habana (y de toda Cuba) cada vez que la necesidad espiritual de revivir y de transmitir experiencias deviene “dulce antojo” para un grupo de colegas y de “locos emprendedores” dispuestos a seguir haciendo hoy –donde sea- lo mismo que ayer hicieron 14 000 kilómetros más allá de nuestra geografía y 7 300 noches antes de este especial momento a la medida del recuerdo agradecido.


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