jueves, septiembre 04, 2008
MI MAMÁ ME REGALÓ SU ESCUELITA
A Liane y Yoel les parece que ayer su bebita gorjeaba en la cuna donde la abuela Modesta también se disputaba el derecho a colmarla de besos…
Y, sin embargo, ya Adriana* (bello nombre, ¿verdad, Gerardo Hernández?) lleva falda roja, blusa de color blanco, ocupa una pequeña silla escolar y empieza a descubrir el rostro, la voz y el encanto de las figuras, los números, las letras…
Fantástico e inolvidable —¿acaso usted lo duda?— ese primer día de clases seguirá siendo igualmente tibio en el recuerdo, a la vuelta de cuantos calendarios vengan por delante.
La pregunta, intencional, provoca el efecto deseado porque…
“¡Ay tíoooo!” —responde la pequeña con ese ingenuo acento infantil que les concede a los niños todo el poder lógico de lo que piensan—, ¿Cómo voy a ir solita a la escuela?: me llevaron mi mamita, mi papito y Yenniset: mi prima grande.
— Alguien me dijo que lloraste un poquito, ¿es cierto?
“Eso no es verdad —exclama en tono conclusivo—, en mi aula ningún niño lloró. Y yo tampoco. A mí me gusta mucho mi escuelita. ¿Tú sabes una cosa?: cuando mi mamá era pequeñita esa escuela era de ella, pero ahora es mía.”
— ¡No te lo puedo creer…!
“¡Claro que sí, tío! Ahora es mía. Mi mamá me la regaló y dice que tenemos que cuidarla mucho para después regalársela a otros niños.”
— Hace un rato te oí decir algo, pero no lo recuerdo bien; por eso quiero que me lo repitas: ¿Por qué quieres estudiar y aprender mucho en tu escuelita?
“Ay tío, ya te lo dije: cuando yo sea grande voy a ser maestra como mi mamá, para enseñar a los niños en el aula. ¿Tendré que decírtelo otra vez?
Y reacomodando la crayola entre su diminuta mano, sigue empeñada en delinear ese ocurrente trazo que tal vez luego defina como perro, gato o acaso Palmiche: el fiel caballo de Elpidio Valdés.
.....
* Adriana Leyva Fonseca, cinco años de edad, escuela Boris Luis Santa Coloma, Las Tunas, está entre los miles de niños y niñas que hace apenas unas horas iniciaron su vida escolar en Cuba. El diálogo reproducido en este breve espacio es totalmente verídico y textual.
Fantástico e inolvidable —¿acaso usted lo duda?— ese primer día de clases seguirá siendo igualmente tibio en el recuerdo, a la vuelta de cuantos calendarios vengan por delante.
La pregunta, intencional, provoca el efecto deseado porque…
“¡Ay tíoooo!” —responde la pequeña con ese ingenuo acento infantil que les concede a los niños todo el poder lógico de lo que piensan—, ¿Cómo voy a ir solita a la escuela?: me llevaron mi mamita, mi papito y Yenniset: mi prima grande.
— Alguien me dijo que lloraste un poquito, ¿es cierto?
“Eso no es verdad —exclama en tono conclusivo—, en mi aula ningún niño lloró. Y yo tampoco. A mí me gusta mucho mi escuelita. ¿Tú sabes una cosa?: cuando mi mamá era pequeñita esa escuela era de ella, pero ahora es mía.”
— ¡No te lo puedo creer…!
“¡Claro que sí, tío! Ahora es mía. Mi mamá me la regaló y dice que tenemos que cuidarla mucho para después regalársela a otros niños.”
— Hace un rato te oí decir algo, pero no lo recuerdo bien; por eso quiero que me lo repitas: ¿Por qué quieres estudiar y aprender mucho en tu escuelita?
Y reacomodando la crayola entre su diminuta mano, sigue empeñada en delinear ese ocurrente trazo que tal vez luego defina como perro, gato o acaso Palmiche: el fiel caballo de Elpidio Valdés.
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* Adriana Leyva Fonseca, cinco años de edad, escuela Boris Luis Santa Coloma, Las Tunas, está entre los miles de niños y niñas que hace apenas unas horas iniciaron su vida escolar en Cuba. El diálogo reproducido en este breve espacio es totalmente verídico y textual.