lunes, julio 02, 2007

 

GENIO Y LUZ

A Guillermo Cabrera Álvarez: el maestro, el amigo, el hermano, el Genio, el de Siempre...

Cuando en 1999, durante las sesiones de nuestro Congreso (UPEC), el Comandante en Jefe bautizó a Guillermo Cabrera Álvarez como El Genio, una sana explosión de risas sacudió la amplia sala del Palacio de las Convenciones.

Recuerdo que ambos (Guillermo y Fidel) entablaban un inquisitivo diálogo acerca de temas relacionados con la superación profesional de los periodistas cubanos y, específicamente, acerca de las funciones del Instituto Internacional de Periodismo José Martí: dirigido precisamente por El Guille.

Lo que tal vez muchos no advertimos en aquel instante fue que todos (delegados e invitados) estábamos en presencia de dos genios: Guillermo con su "nuevo nombre" y la genial percepción del Comandante para develar y definir en una sola palabra la esencia humana.

Lo comprendí mucho mejor un tiempo después cuando, hurgando en el diccionario, hallé la siguiente acepción del término genio: capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables. Persona dotada de esa facultad. Ser fabuloso con figura humana.

Ahora, tras el fallecimiento de El Guille, paso y repaso recuerdos, recorro momentos y rincones del Instituto y más allá, levanto su tecla ocurrente, abro cartas… y vuelvo a preguntarme en qué lugar "ocultaba" la mágica lámpara que nadie, jamás, le vio frotar, pero que le permitió concebir y transformar castillos (como ese hostal con nombre no menos legendario: Costillar de Rocinante), crear laboratorios a favor de la lengua y del oído, acercar más teclados a la yema de los dedos, pantallas a la punta de los ojos y manos hermanas al tic tac del periodismo cubano…

Realidades como esas, revertían e invertían poco a poco la leyenda para demostrar que, en lugar de una lámpara con un genio dentro, lo que todo el mundo podía ver y "frotar" era la inconfundible silueta de un "genio" con algo más que una simple lámpara en algún "secreto" lugar de su interior.

Bastaba "frisarle" un par de minutos a la apretada agenda de Guillermo -en su cálida oficina, a ras de pasillo o en su propio hogar- para ver cómo él asumía, con genial sencillez, el problema y la posible solución.

Eso lo sabe hoy todo el mundo (en el Mundo): desde aquellos colegas con quienes compartió y multiplicó noches completas e interminables días de tinta e imprenta en la década del 60´, hasta cientos de hermanos de profesión que hemos pasado en los últimos años por las aulas y laboratorios del Instituto, procedentes de todo el Archipiélago cubano, de América Latina, de otros continentes.

Su mirada, siempre aguda y perspicaz; el trazo develador y revelador de una sonrisa tan alegre como profunda, y la capacidad natural de escuchar (muy por encima de la innata acción de oír) se me acomodan sin retroceso ni muerte en el recuerdo, para admirar todavía más al Genio que nadie vio salir ni refugiarse más que en su inmenso interior o en la sencillez de sus inseparables sandalias, al que alguna vez tuve sentado a pocos metros en el Palacio, en la silla contigua durante las reuniones del Comité Nacional de la UPEC, codo con codo en las marchas frente a la interesada oficina norteamericana de intereses… y mucho más cerca aún: al alcance de un simple llamado a la hora -sin horario- de andar y de aprender.

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