miércoles, noviembre 22, 2006

 

Y LA MUERTE SE EQUIVOCÓ OTRA VEZ


A mis dos hermanos de profesión: Nelson Barrera (al centro de la foto) y Ernesto Barrios (a la izquierda), fallecidos en lamentable accidente automovilístico en tierra boliviana.

Han transcurrido algunas horas desde que la terrible noticia ensordeció mis tímpanos.

Así, como bloqueados al sonido, o a lo “incierto”, posiblemente seguirán durante días, semanas, meses, años…

Si me ocurre a mí (que no estoy entre los más cercanos, sanguínea y geográficamente) ¿cómo estarán en este instante quienes vivieron y convivieron períodos más largos junto al periodista Nelson Barrera y al editor Ernesto Barrios, ambos de la televisión cubana?

La sonrisa -ingenua, desbocada y natural 100 por ciento- de Barrera me llega desde siempre, desde todos los rincones, desde la sede nacional de la Unión de Periodistas de Cuba, desde las salas del Palacio de las Convenciones, desde festivales de Telecentros, e incluso desde su siempre seria, responsable y profesional postura en la pequeña pantalla…

Pero me llega, sobre todo, desde las intensísimas jornadas de trabajo (nadie como él lo sabe), hace dos años, corriendo y recorriendo los más apartados parajes de la geografía venezolana, develando ante el mundo la luz de los nuevos programas en ese hermano país, desafiando el peligro, burlando (como aún) la muerte incierta y mil veces absurda.

Ojalá pudiera retener en este duro instante un solo momento o detalle criticable, para que no parezcan estas líneas el panegírico o la alabanza a ultranza del hermano que cae… Pero creo que podría morir yo de vejez sin haber levantado aún mi dedo índice en dirección a Nelson.

Así de laborioso y consagrado, así de unido, dispuesto y desinteresado; así de amigo, así de “insuperable padre y esposo en la distancia” lo vi, aún cuando durante muchas noches la conversación terminaba haciendo una reverencia ante el bostezo de la madrugada caraqueña, a causa de la fatiga del día y del visible enrojecimiento en el borde de los ojos, luego de horas permutadas (o más bien, arrebatadas) a la cama para entregárselas a la edición de aquellos materiales, por los que cada día aguardaban millones de tranquilas miradas en Cuba.

Con similar tonalidad, me asalta el recuerdo de Ernesto Barrios, de quien no sólo Bolivia (también Venezuela) tendrá inextinguible huella.

Tal vez no te vi -hermano de tez oscura y de blanquísimo candor interno- largar tantas sonrisas como a Nelson. Pero me consta que, desde tu discreto silencio amasabas y disfrutabas, no menos, el humor, la dicha y la alegría, en medio de la entrega total al noble oficio que escogimos.

Con ese aval los veo “partir” (para quedarse eternamente), mientras continúo con mis oídos bloqueados aún ante esa noticia que durante horas he añorado sea falsa, un error, una confusión, o simple pesadilla de almohada en noche incómoda…

Pero si finalmente no nos quedara más remedio que aceptarlo como cierto, concédanme permiso entonces para decirle una vez más a la muerte que -como aquel 8 de octubre en ese mismo suelo boliviano, y como tantas veces, en tantas partes del mundo- se ha equivocado nuevamente, pensando que sepultando al cuerpo expira lo que hace inmortal a la virtud humana.


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(Foto original de la TV)

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