sábado, octubre 14, 2006

 

LOS NIÑOS DE MI BARRIO


No pocas veces, al llegar exhaustos del trabajo o con la premura de tener que partir hacia alguna otra actividad, no nos detenemos a reparar en ellos: esos pequeños “hombrecitos y mujercitas en miniatura” que llenan de alegría nuestros hogares, calles, plazas y parques.

Los niños de mi barrio en nada se diferencian de los que viven en otras partes de esta provincia y del país.

Siempre con una sonrisa a flor de rostro y, ¿por qué no?, también con alguna ocurrente “trastada” en ciernes, ellos suelen recibirnos, saludarnos, pedirnos permiso para irse a jugar, o terminan escapándose a bailar el trompo, a empinar el papalote o a patear el balón junto a otros chicos.

Entonces su única preocupación parece ser entretenerse un rato, hacer luego la tarea escolar, ver “los muñe” (dibujos animados), el noticiero en la televisión e irse a la cama para estar bien temprano en el colegio al día siguiente o ir de paseo a algún tranquilo lugar de la ciudad durante el fin de semana.

Y es lógico que así sea. Como en toda Cuba, ninguno de estos pequeñines que acaban de pedirme una foto, tendrá que salir a la calle a mendigar, vender baratijas, lustrar zapatos o lavar autos para sobrevivir, como sucede con unos 100 millones de niños en el mundo: el 40 por ciento de ellos a ras de este mismo continente.

Ni Adriana, ni Víctor Eduardo, Miguel Antonio, el pequeño David o Gabriel se acuestan con el estómago vacío, como les ocurre a unos 200 millones de niños hambrientos en Africa y a una cifra casi similar en Asia Meridional… según declaraciones de James T. Morris, Director Ejecutivo del Programa Alimentario Mundial.

Ninguno de los chicos de mi barrio tendrá que humillarse jamás al probar una sola cucharada de las 42 toneladas de comida para perros que una mujer neozelandesa propuso enviar para alimentar a niños kenianos hambrientos, de acuerdo con la revelación hecha por varios medios de prensa en el mundo y que todavía puede leerse en Internet.

Tampoco están esos adolescentes (cubanos) entre los más de dos millones de chicos que en otras partes del planeta son obligados a ejercer la prostitución, de acuerdo con datos ofrecidos en Berlín por UNICEF: organización de las Naciones Unidas para ayuda a la infancia.

Paso, en fin, cerca de ellos (los del barrio donde vivo), me piden una foto, se amontonan alegremente en simpática pose y no puedo resistirme a “obedecer” la orden que de inmediato me da uno de los más pequeños: ¡Vamos, tío, acaba de apretar el gatillo!”

Y lo hago.

Como resultado, solo quedarán congeladas la sonrisa pícara, la travesura ingenua, la felicidad habitual de cada día.

Y me asalta, por antinomia, el recuerdo impreciso de un niño palestino llamado Sami Abi Jazar, a quien un proyectil agresor, en pleno cráneo, le detuvo para siempre el pensamiento y la sonrisa, cuando volvía de la escuela.

… eso tampoco ha sucedido en 47 años, ni va a suceder jamás entre los niños de mi barrio.

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