lunes, julio 31, 2006

 

TAN DIGNA COMO SU HIJO


A más de cuatro décadas de asesinado Ramón López Peña, mártir insigne de los combatientes de La Frontera, su mamá alza voz contra el terrorismo

Puerto Padre. Año 1964. Al conocer acerca de nuevas provocaciones por parte de los marines de la Base Naval de Guantánamo, con toda la humildad de su oficio (carbonero) Andrés López comprimió entre sus callosas manos las de su hijo Ramón y le dijo: “No te descuides, mijo, esa gente son capaces de cualquier cosa”.
El joven apenas esbozó una tenue sonrisa y respondió: “No se preocupe Papá, voy a seguir cuidándome allá y a cumplir de Patria o Muerte mi deber.”

Atardecer del 19 de julio de ese mismo año. 6:00 PM. Como de costumbre, se produce el relevo en las postas del Batallón Fronterizo. Entre quienes se incorporan está Ramón López Peña. Veintitrés minutos antes, los marines de la posta ubicada en las coordenadas 43-67 habían rastrillado fusiles y apuntado hacia los combatientes cubanos que casi concluían su guardia. Un soldado yanqui se había acercado para ofender verbalmente y lanzar piedras.

Erguido como un roble, Ramón López Peña debe haber recordado una vez más el consejo de su padre y también su decisión personal de cumplir allí con Fidel y con Cuba.

7:07 de la noche. Dos soldados norteamericanos se tiran al suelo y disparan una ráfaga corta. En territorio cubano, el Segundo Jefe del Destacamento (quien chequea la guardia en ese instante) ordena a los jóvenes combatientes entrar rápidamente a la trinchera. Así lo había dispuesto el Comandante en Jefe para esos casos, pues, como norma, la valiente actitud que espontáneamente asumían los soldados cubanos ante tales provocaciones era pararse, firmes y serenos, frente al enemigo y a sus proyectiles.

No hay tiempo, sin embargo, para cumplir del todo aquella orden. Nuevos disparos surcan el aire. Ramón logra dar unos pasos y cae. De su cuerpo no brota una palabra de ofensa, un gesto de miedo, de arrepentimiento, de dolor… en todo caso una sensación de alivio, de realización, de verdadera hombría, mientras la sangre y la vida escapan por donde mismo acaba de entrar, alevosa e injustificadamente, la muerte.

Jamás las “autoridades” del enclave yanqui reconocerán que eso es asesinato, terrorismo.

Al conocer la fatal noticia, en la norteña zona de Puerto Padre, una mujer se lleva las manos a la boca y cierra los ojos. En su interior arde todo el dolor de madre. Se llama Eunomia Peña Pérez y tiene 39 años. Minutos después no llevará la misma ropa hogareña. Prefiere vestir el uniforme de miliciana. Junto a su esposo Andrés parte en un yipi hacia Guantánamo. Antes, deja al cuidado de los vecinos a sus once hijos, todos menores que Ramón. Una punzada le perfora el pecho. Quiere llorar. Se siente morir. Pero ni lo uno ni lo otro. No le dará a los asesinos de su retoño el gusto de ver sus lágrimas.

Difícilmente alguien dentro del enclave norteamericano reconozca que eso se llama dignidad, patriotismo.

Maniabón, septiembre de 2006. El calendario da cuenta de 42 años más. Ahora Eunomia tiene 81. Sin embargo, en su recuerdo Ramón sigue con 19: un niño, pero con el honor de un titán.

“Ellos (los norteamericanos) hablan de luchar contra el terrorismo —me confiesa con voz queda— como si no fuera terrorismo lo que hicieron con mi Ramón.

“Era el mayor de mis hijos, muy tranquilo, bueno, educado. Estudiaba en Puerto Padre y a los 15 años se incorporó a la Milicia. Después pasó al ejército. Llevaba 17 meses en la Frontera.

“Nunca nos pudimos recuperar de aquel golpe. Mi marido murió con problemas del hígado en 1975.”

Hace una pausa. Sus ojos denotan preocupación. Tal vez la misma con que miran los familiares del obrero Rubén López Sabariego, (igualmente asesinado tres años antes, el 20 de octubre de 1961) o la impaciencia que entonces tenía la familia de todos aquellos jóvenes, hacia quienes los marines lanzaban ofensas verbales, gestos obscenos, piedras, amenazas con armas, disparos, ráfagas de fusiles…

Por eso aquel día, lejos de desplomarse a llorar frente al cadáver de Ramón, apenas el carbonero Andrés López llegó a Guantánamo pidió que le permitieran ocupar el puesto de su hijo asesinado.

Tal actitud sería destacada por Raúl Castro Ruz, Ministro de las FAR, quien al despedir el duelo, frente a miles de guantanameros, le entregó al sencillo hombre el carné de la Unión de Jóvenes Comunistas ganado por Ramón y afirmó: “Han perdido un hijo y en cada uno de nosotros tendrán un hijo. Su dolor lo compartimos todos”.

- Si hoy usted tuviera que dirigirse a las madres cubanas que han perdido a sus hijos por culpa del terrorismo, ¿qué les diría?

La octogenaria mirada de Eunomia recobra por un momento el destello de sus mejores tiempos, mientras afirma: “… lo mismo que le dije a una periodista aquel día”:

“Yo, como madre cubana que he perdido a un hijo, asesinado por los yanquis, pido a las demás madres que sigan en la lucha, que no desmayen, que ante un dolor como ese el enemigo no vea nuestras lágrimas, sino que ocupemos el lugar de nuestro hijo caído, y si es necesario dar la vida por defender la Revolución, la daremos. Patria o Muerte.”
....................
* Para orgullo de Eunomia, de su familia y de todos los cubanos, el nombre de Ramón López Peña honra hoy a la Vanguardia combativa de las tropas cubanas que salvaguardan el territorio nacional frente a la porción de tierra ocupada arbitrariamente por los Estados Unidos en Guantánamo.

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