martes, febrero 07, 2006

 

PECES VS MOSQUITOS


Negar que el impertinente Aedes Aegypti sigue moviendo “suelo y agua” para afectar la salud humana, sería injusto hasta con ese mosquito, al que en 1881 el eminente científico cubano Carlos J. Finaly le quitó la careta, por los siglos venideros.

Pero si pertinaz es la impertinencia del díptero (ayudada muchas veces por la negligencia de algunos indolentes que les facilitan un confortable hábitat en recipientes, cascarones de huevo, pantanos, vasos espirituales y en otros hospederos), no menos contumaz es la postura de quienes les han declarado la “guerra a muerte”.

De ello me he percatado con creces nuevamente, durante estos días, en el “teatro de operaciones” del barrio donde vivo.

Ayer, como de costumbre, llegó a mi casa Orlando Rámiz, uno de los trabajadores que interviene en la cruzada contra ese peligroso vector capaz de trasmitir enfermedades como el dengue.

“Casi seguro viene a chequear los depósitos —pensé— o a renovar la dosis de abate.”
Mas, no fue así. En una mano traía una lata de mediano tamaño y en la otra, nada más y nada menos que… ¿un caso o cucharón?. Para mayor curiosidad, dentro de la vasija había un verdadero festín de pequeños pececitos.

— ¿Qué, los vendes o los crías? —le pregunté a modo de jarana.

“Nada de eso, seguimos combinando los métodos de lucha” —ripostó sonriente.

Entonces supe que en pozos, cisternas, tanques elevados y otros recipientes no destinados al consumo humano directo, se continuaba aprovechando la extraordinaria capacidad que tienen esos diminutos animalitos para devorar cuanta larva sea depositada por cualquier “mamá Aedes”.

Según referencias del propio Rámiz y de otros compañeros que toman parte en la campaña, gran cantidad de focos han sido aniquilados con éxito gracias a esa alternativa de control biológico que, por cierto, goza de gran aceptación en los vecinos, sobre todo entre los niños, quienes suelen convertirse en apasionados guardianes hogareños, para que ningún “guerrero” (pececito) muera o vaya “a la otra vida”, descargado por la taza sanitaria o por un conducto similar.

Parece una sencillez. Pero detrás de esa medida está también la grandeza de un proyecto como el de este país, que para proteger la vida humana no establece diferencias entre la capacidad de desembolsar millones de dólares en la compra de productos químicos y equipos para combatir a un agente transmisor de enfermedades, o en combinar medidas de ese tipo, con algo tan elemental y tierno como el empleo de esos pececillos, que tanto sosiego han traído al hombre desde remotos tiempos.

(Agradezco a mi amigo Yaciel Peña de la Peña
la caricatura que acompaña a este texto)

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