domingo, enero 08, 2006

 

ANDEMOS

Con los primeros pasos de este bisoño 2006, salgo a desandar el regazo de la ciudad, a inhalar la todavía tentadora emanación del cerdo asado en púa el fin de año; a sentir ese bolero en canas o el “alocado” regué, con la cabeza envuelta en gel y en pinchos, que aún llegan desde los patios hogareños.

Ninguna ciudad cambia de un día para otro. Pero esta se me antoja algo distinta —y distante— a la de hace apenas unas semanas.

Debe ser porque cambia, a mano de las mismas manos; se reoxigena en progresos como las nuevas casas destinadas al café, al vino, al esparcimiento sano de los estudiantes, a la superación universitaria, a mejorar ofertas alimenticias…

No será, en este radiante enero, suficiente el transporte público, pero la gente anda, se traslada, se divierte, va al trabajo.

Tal vez miles de personas no vistan el tejido que desearían, o no lleven el último grito de la moda acordonado a los pies, pero por más que busques no encontrarás a un solo harapiento o a alguien descalzo.

Como en el 2005, no sobrará el salario en el hogar, ni siquiera luego de ese generoso y bienvenido incremento que llega a todos los sectores, en particular a los más desfavorecidos; en cambio, ni una sola familia tendrá que robar para vivir.

Salgo a desandar los senos de la ciudad y, sin ignorar las escaseces y carencias de estos tiempos, respiro un poco más de tranquilidad y de satisfacción.

Debe ser porque ahora la anciana Flora tiene una reluciente olla donde cocer los alimentos más rápida y eficientemente, o porque la nueva lámpara desplazó en la casa de Kiko al bombillo (tan opaco como derrochador) que colgaba hasta ayer entre su nariz y el techo, o porque se les empiezan a reducir las oportunidades a los oportunistas, o sencillamente porque, comparado con cualquier otro país, la muerte es algo cada vez más lejano para quienes vivimos aquí, en Cuba.

Lo saben no solo el anciano avileño Benito Martínez Abugam, con sus 125 años de edad y los cientos de longevos que saltaron la cota del siglo vivido y siguen andando, sino también los cientos de miles de niños cubanos, cuyos rostros nada tienen en común con aquellos que deambulan, piden limosnas, trabajan, se prostituyen y enferman en el mundo, o con los seis millones de niñas y niños que mueren cada año a causa de hambre en otras regiones de este mismo planeta.

Salgo a tantear los pasos del nuevo año y, viendo el terreno que piso, siento más la necesidad y el deseo de continuar andando.

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