domingo, julio 24, 2016
FORTUNA
Hace días que no entraba a mi
espacio personal.
El tiempo, implacable, me ha
llevado de prisa.
Siento, sin embargo, el placer
de volver a hacerlo ahora, con este hermoso recuerdo que he encontrado,
deshojando mis propios calendarios.
Es algo que escribí en
Sancti-Spíritus hace tres lustros, en febrero de 2001.
Recuerdo que habíamos llegado
de madrugada a la casa de mi madre luego de un agotador viaje y dejé el carro
en plena calle. Al despertar, en la mañana, mi pequeño hijo Félix Daniel decidió
moverlo hacia el patio del edificio, a fin de protegerlo del inclemente sol. Todo
anduvo bien hasta que, en marcha atrás, le rozó un guardafango trasero con algo
de metal. Puedo imaginar cuánto dolor circuló por su interior entre ese
instante y el momento en que desperté, horas después.
Al conocer y ver lo sucedido
solo atiné a sonreír y, mirándole a los ojos, como siempre hablamos, le dije: “Eso
pudo sucederme a mí también, Tatico; por tanto no debes preocuparte. Ya
resolveremos el pequeño rayón. Tú vales mil veces más que todo el oro del
mundo. No quiero verte triste. Dame un beso y ¡Palante!
Un rato después mi mano “rayaba”,
sobre un papel, las líneas que acabo de reencontrar y que pongo al alcance de
quienes han vivido una experiencia similar, cuando un hijo o hija (los mejores del
mundo) dañan sin querer algo material en casa:
FORTUNA
Que ese simple rasguño
en metálica epidermis
no te rasgue el pecho a ti
Príncipe mío;
aún está por nacer
quien pueda ponerle precio
a una sola de tus lágrimas
o tasar tu más fugaz
instante de tristeza.
Me niego pues a que el dolor
te roce apenas la mejilla;
no hay medida a tu medida en
este mundo
ni en el Universo más
riqueza material
que la que llevas dentro.
Intacta.
(Las
Tunas, 26 de febrero del 2001)