jueves, diciembre 01, 2016

 

NEREIDA EN LA PUPILA DE FIDEL



Hubiera podido quedarse “tranquilamente” en su casa este primero de diciembre, mirando por televisión las imágenes de Fidel (Sí, de Fidel aún, y por siempre, vivo) a todo lo largo de la carretera central. Pero la inaguantable intranquilidad le hubiera puesto fin a su vida. 

Absolutamente nada le importó el estado en que tiene su pierna derecha, desde hace 28 años, cuando un accidente de tránsito creyó limitarle la capacidad —muy bien aprendida de su Fidel— para andar en la vida. Tampoco gastó tímpano escuchando consejos. Porque para Nereida Cuba Hernández (¡vaya apellido, el primero) “lo primerito es mi Fidel”.

Y se fue, a “trepar” como una quinceañera una de las guaguas, camiones o cualquier otro medio de transporte que pusiera el municipio de Ciro Redondo, para trasladarse hasta más allá de El Centro, en Gaspar, con el propósito de esperar el cortejo con las cenizas del Comandante. Por ello le dijo a su esposo Juan Rodríguez: “Agarra el taburete y vamos, que Fidel no puede esperar por nosotros.

“Jamás me hubiera perdonado, a mí misma, quedarme en casa. El Comandante nos ha dado todo. Y todo cuanto hagamos por él siempre me parecerá poco.” —enfatiza.

A su lado, acaso cuidándola, pero sobre todo aprendiendo, la jovencita Lisset Suárez Aguilar le robaba cómodo asiento a la tierra: tal vez la “amiga” más fiel y cercana que tiene mientras se forma en la enseñanza técnico profesional.

En ese instante, Fidel aún venía por Sancti-Spíritus. Pero yo sé que desde su altura las estaba mirando.




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