lunes, noviembre 30, 2015
CRÓNICA DE QUIEN NO SE VA
Siempre me pregunté, desde los peldaños de la abstracción, qué sentirían esas personas que se alejan, por la razón que sea, del lugar donde han vivido siempre o la mayor parte de su vida: pueblo, provincia, país.
Seis meses después de haber dejado “semi-atrás” a Las Tunas,
vivencias asentadas en peldaños bien concretos del sentimiento pueden dar
respuesta a mi propia interrogante: me embarga una sensación de gratitud,
orgullo y sana nostalgia.
Creo que 25 años de intenso y apasionado ajetreo, con más
horas tecla que horas sueño, fueron suficientes para conocer recónditos
recovecos idiosincráticos, humanos y sociales de ese tunero que amanece
limpiando calles y parques escobillón en mano, se va a sembrar caña, calabaza o
plátano contra la aridez del suelo y la inclemencia del sol, refufuña con toda
razón por el mal estado de las calles o se queja ante el insuficiente
transporte… y aún así colma su principal plaza el Primero de Mayo, desborda el
estadio Julio Antonio Mella o pone a danzar lágrimas de emoción en la sonriente
pupila de Alicia Alonso, dentro del Teatro Tunas.
“Un día, no lejano, tengo que escribir algo para mi gente
del Balcón”. Así me dije aquel 4 de junio de 2015, tan aparentemente distante
en el tiempo para mí, aún cuando apenas han transcurrido media docena de meses.
Entonces era no más que eso: deseo, deuda de gratitud que
uno lleva dentro, en silencio, con las personas, con las cosas materiales, con
los lugares y también con todo lo intangible que ha formado parte de tu vida.
Hoy —y así se lo hice saber a Ariel Santana Santiesteban y a
Lilian González Rodríguez, quienes conducen política y administrativamente los
destinos de la provincia— no es un simple deseo: es una necesidad.
Ahora comprendo mejor por qué al visitar el territorio Alberto
Rodríguez Fernández y Antonio Paneque Brisuela, periodistas tuneros “ausentes”,
se asombraban ante el cambio en la ciudad: un cambio que yo no alcanzaba a ver
en igual magnitud.
Debe ser porque con los pueblos sucede como con los niños de
la casa: crecen a tu lado y no lo notas. El visitante, sin embargo, sí.
Alguien podría decirme que siguen intactas las penurias con
el agua, con el transporte público e intermunicipal, con el precio de los
productos cárnicos y del agro o con los trámites de la población. Cierto. ¿En
qué lugar de Cuba no? En todo caso toca a todos afincar de verdad los pies y
las manos para revertir esas y otras insatisfacciones. Nadie vendrá a hacerlo.
Eso va por nosotros mismos.
Pero también alguien debe comentarme con orgullo cuánto
mejoró su imagen el otrora emporio de mal gusto que anidaba bajo el tanque
elevado del reparto de Buena Vista, o qué toque de sosiego y de urbanismo
proporciona ahora el incipiente Parque temático (próximo al Hotel Las Tunas) o
qué insólito encanto encierra esa otra obra que el arquitecto Domingo Alás
Rosell se arrancó de un tirón para que hasta el mismísimo caballo blanco de la
leyenda relinche de gozo… o de envidia.
Solo una cosa no ha cambiado, ni creo que suceda. Ojalá no.
Ojalá nunca, para mal. Es el interior de las personas buenas.
Conozco profundos recovecos del tunero —dije— tanto como mis
propias sinuosidades. Y confieso que no he percibido el más leve vestigio de
hipocresía o de “plasticidad” en cada abrazo, en cada espontánea invitación a
un bocado o a un trago (el que sea), en cada mirada y en ese “vuelve compadre”,
con que soy recibido o despedido cada vez que retorno, tal y como me retumba
oído bien adentro, en voces como la de Róger Enrique Mastrapa… y no mencionaré
a nadie más, porque saturaría inteminablemente este espacio solo con nombres.
Esos son los rasgos del tunero que todo tunero lleva consigo
cuando por determinado tiempo o motivo traspasa los límites geográficos del
territorio donde ha vivido, plantado semilla, recogido fruto, prolongado
familia…
Y tal vez esta no sea la crónica que merece Las Tunas, pero
es la que hoy puedo y quiero dedicarle, no como periodista, sino como expresión
del derecho que tengo, como cubano, a expresar lo que siento.